¿Y si regresa el PRI?
Los resultados de las encuestas de salida que empiezan a publicarse mucho nos dirán sobre las motivaciones y razones por la que los electores tomaron la decisión de encumbrar al PRI en estas contiendas, particularmente las de Coahuila y el Estado de México.
Está en la boca de todos: el PRI puede recuperar la Presidencia en 2012. Las elecciones del pasado domingo alimentan esa percepción cada vez más extendida: como en sus mejores tiempos, el PRI arrolla y deja a sus contendientes kilómetros atrás.
Los resultados de las encuestas de salida que empiezan a publicarse mucho nos dirán sobre las motivaciones y razones por la que los electores tomaron la decisión de encumbrar al PRI en estas contiendas, particularmente las de Coahuila y el Estado de México. Pero más allá de las muchas explicaciones posibles, lo cierto es que el PRI está de vuelta. Bueno, en realidad nunca se fue. Y justo es este hecho, el que el partido no confrontara una derrota apabullante y se haya mantenido todos estos años como el factótum de la política nacional, lo que explica por qué no buscó reformarse. Le bastaron ajustes marginales y ciertos entendidos internos para recuperarse y posicionarse aventajadamente rumbo a la justa de 2012.
El que el PRI esté de vuelta no puede disociarse de las decisiones que los gobiernos panistas fueron asumiendo a lo largo de sus administraciones. Vicente Fox decidió muy temprano en su gobierno que prefería cogobernar con el PRI antes de sentarlo en el banquillo de los acusados. Tácitamente también decidió no confrontar a los intereses corporativos que se gestaron y acompañaron al PRI en el viejo régimen. Se buscaron acomodos pero no el rompimiento. En momentos clave para la transición democrática del país, se prefirió pactar con el pasado que construir las bases de un país más democrático y más próspero. Y toda decisión tiene consecuencias. Al no profundizar en la creación y fortalecimiento de instituciones democráticas y al dejar estacionadas reformas de primera importancia para el crecimiento del país, se gestó una realidad llena de ambigüedades que se revirtieron contra el propio gobierno. Posicionamientos como los de López Obrador tuvieron eco en sectores importantes de la sociedad mexicana justamente por las expectativas incumplidas del primer gobierno de alternancia. En esos años la economía no creció vigorosamente, ni se avanzó en la construcción de instituciones que le dieran funcionalidad a la democracia naciente.
El presidente Calderón no llegó con el bono democrático de su antecesor y sí con una elección cuestionada que, hay que reconocerle, en unos cuantos meses superó. Pero quizás este tropiezo de arranque limitó los horizontes de lo que era capaz de emprender. A mi parecer no hubo ambición en su agenda ni tampoco ha habido logros notables en ningún ámbito. Ni siquiera en el tema de la seguridad, la prioridad de la administración, entregará cuentas razonables. Al igual que su antecesor, optó por administrar las circunstancias en lugar de transformarlas y hoy seguimos siendo un país lleno de contrastes y ambigüedades: próspero pero con regiones profundamente rezagadas; corporativo pero también ciudadano; competitivo pero a la vez capturado por intereses de grupos particulares. Es este México atorado en sus contradicciones el que abre sus puertas al retorno del PRI a la Presidencia de la República.
La pregunta de fondo es si en estos años la sociedad mexicana ha sufrido algún cambio. Algunos podrán argumentar que un eventual retorno del PRI es signo de una sociedad que sigue mirando al pasado, corporativa en esencia, acostumbrada a prácticas patrimoniales más que al ejercicio de la ciudadanía plena. Para otros, el que se mire al PRI como opción es resultado de un enfoque pragmático y de la añoranza de los gobiernos efectistas del pasado. Se sacrifica un poco la convicción en valores democráticos con tal de salir del marasmo. Lo cierto es que un eventual retorno del PRI nos pondrá a prueba a todos: a las incipientes instituciones democráticas que deberán contener la propensión de un partido a ejercer el poder sin contrapesos; al propio PRI que regresa por sus fueros, pero sin la capacidad real de recentralizar el poder y restaurar los mecanismos de control del pasado; y a nosotros los ciudadanos que debemos defender y preservar los espacios de libertades y derechos que con tanto esfuerzo hemos conquistando. El eventual regreso del PRI a Los Pinos nos dirá si construimos una democracia con pies de barro o si se avanzó lo suficiente para contener la propensión a ejercer un poder desmesurado.
Aunque no tengo las evidencias en las manos, sospecho que los mexicanos ya no embonamos en los moldes del viejo PRI. Será interesante presenciar el encuentro de un partido que no se reformó y una sociedad que penosa y lentamente ha soltado sus amarras con el pasado. Veremos si el desfase augura nuevos tiempos para el país.