¿Y si desaparecieran los think tanks?
Por Edna Jaime (@ednajaime) | El Financiero
Los think tanks son un puente entre grupos vitales como las instituciones públicas, empresas, universidades y la sociedad. A todos nos gusta pensar que somos indispensables, pero ¿lo somos? En un encuentro reciente en el Baker Institute de la Universidad de Rice en Houston, un grupo amplio de representantes de think tanks (‘centros de pensamiento’ en español, lo usaré indistintamente) de este país y de nuestro vecino del norte nos reunimos para reflexionar sobre nuestro trabajo. Tuve la oportunidad de hacer unos apuntes introductorios. Los comparto.
Primero: ¿qué sucedería si los think tanks dejáramos de existir? A bote pronto una pensaría que las universidades tomarían ese papel, pero no estoy segura de que los incentivos y los recursos estén bien alineados para que las universidades generen análisis y recomendaciones en temas específicos, con un enfoque de política pública. Pienso, por ejemplo, en los investigadores que generan conocimiento científico, y cuya vocación y función no es interactuar con políticos o funcionarios, o comunicar con audiencias externas y promover debates sobre política pública. Ese conocimiento es esencial para la toma de decisiones, pero el vehículo quizá sea otro, uno orientado a la incidencia y adoptarlo dependería de la universidad en cuestión, de sus capacidades y del contexto institucional.
Las universidades más grandes en Estados Unidos lo hacen. Tienen centros dedicados a ello, un ejemplo es el Baker. En México son muchas menos las universidades que tienen esa capacidad. Por eso tiendo a pensar que no, que la universidad no necesariamente podría retomar el trabajo de los think tanks, sin que medie un proyecto y un propósito explícito para hacerlo.
No son tiempos fáciles para los centros de pensamiento, que hablan de temas lejanos, de largos plazos, de macrotendencias, de análisis y contraanálisis. Son tiempos de inmediatez, de respuestas simples, de emociones a flor de piel, de conflictividades y antagonismos…
¿Qué harían los gobernantes y hacedores de políticas sin think tanks? Me parece que ésta es la pregunta de los 64 mil. Porque es uno de los exámenes críticos de su relevancia.
En estos tiempos, sabemos que más de un político celebraría su desaparición. Sería muy cómodo que nadie esté interpelando sus ‘otros datos’. Pero, al mismo tiempo, habría otros actores institucionales que nos echarían de menos. Pienso en interacciones muy ricas que se han dado entre integrantes de estos centros de pensamiento y legisladores. Piezas legislativas clave para el país se han originado o han tomado insumos originados en estas instancias. Pero también pienso en algunas reformas con contenidos cuestionables por sus repercusiones, que pudieron ser detenidas también por la intervención de estas instituciones y sus especialistas.
Algunos gobiernos locales también nos extrañarían. Habría instituciones estatales que se perderían de una gran ayuda, pues no tienen equipos para evaluar sus políticas públicas. Fiscalías, policías, poderes judiciales, secretarías de desarrollo económico…
También habría instituciones nacionales que no tendrían interlocución con expertos externos para mejorar, validar y legitimar su acción. Entonces, tampoco veo a los gobiernos e instituciones haciendo el papel de los think tanks o prescindiendo fácilmente de ellos. Restringirían su capacidad de entender mejor un problema y sus soluciones.
¿El sector privado, podría hacer nuestro trabajo? ¿Querría?
Hay empresas que, en efecto, financian sus propias investigaciones sobre asuntos públicos, legislaciones y programas de gobierno. Pero sus áreas de investigación suelen estar acotadas a sus líneas de negocio. Y, claro, no todas las empresas tienen los incentivos para divulgar los resultados de sus análisis. Las empresas hacen cabildeo o lobby, y lo hacen justamente con una lógica de negocio, que es legítima cuando se realiza éticamente. Pero difícilmente harán trabajo de incidencia en política pública en temas que no les atañen. No es su papel ni creo que deba serlo.
Así que estamos ante una realidad muy clara: pienso que los think tanks hacemos un trabajo relevante, necesario y útil que nadie más podría o querría hacer. Más aún, somos un puente entre esos grupos vitales: las instituciones públicas, las empresas, las universidades y la sociedad.
Y debemos aprender a explicarlo mejor.
En el mundo de hoy la evidencia, los datos y los hechos parecen importar menos que las opiniones, las emociones y lo que cada quien valora como “su propia experiencia” derivada de su identidad.
No son tiempos fáciles para los centros de pensamiento, que hablan de temas lejanos, de largos plazos, de macrotendencias, de análisis y contraanálisis. Son tiempos de inmediatez, de respuestas simples, de emociones a flor de piel, de conflictividades y antagonismos, de luchas de identidades contrapuestas, de narrativas de “ellos” contra “nosotros”.
¿Cómo pinta el futuro para los think tanks? Pienso que depende de su capacidad de adaptación a nuevas realidades. De cómo resuelva su comunicación con públicos más amplios y diversos; de hablar un lenguaje más sencillo sin perder filo y profundidad en el análisis. De que nos aseguremos que les hablamos de los temas que les preocupan e interesan a la gente, e incorporamos su perspectiva en nuestra agenda de investigación. Esto implica identificar puntos ciegos.
También construir nuevas relaciones con nuevos actores en lo local e internacional. Y algo muy importante: diversificar fuentes de financiamiento y conducir la relación con donantes a nuevas conversaciones que hagan posible las transformaciones que son necesarias. No son pocos los retos.
Nadie es indispensable, dice la frase popular. ¿Lo somos los think tanks?