Un Gobierno con permiso para errar
No está de moda hablar de las muertes violentas en el país. La violencia se ha normalizado. ¿Hoy a quién le importa quiénes y cuántos mueren asesinados cada día?
Hubo un tiempo en que nos importó. Parece que ya no. A esto contribuye el presidente. Él maneja la agenda pública a su antojo; tiene los talentos para hacerlo. Y no va a hablar de violencia porque en casi dos años de mandato no ha podido hacer nada al respecto. Las muertes violentas en el país no ceden. Dicho con más precisión: estamos en una meseta estable, pero muy elevada: 100 asesinatos diarios. No hay nada que presumir en este tema. Quien lo haga, nos miente.
El presidente tiene un entendimiento muy particular sobre el origen de la criminalidad. En concordancia con ese entendimiento ha planteado una respuesta al fenómeno. Sostiene que la criminalidad tiene un origen social: la exclusión, la desigualdad, la carencia. Por eso piensa que la inversión social se traducirá en la reducción del crimen. La cartera de sus programas sociales prioritarios, sin embargo, no empata con las mejores prácticas en materia de prevención del delito. Hay una brecha conceptual y operativa enorme. Pero si aceptamos que ésta es su definición del problema, entonces por lo menos tenemos eso: una interpretación de la realidad. De no tenerla, estaríamos en el abismo.
Pero ojo, su planteamiento no se asienta solamente en lo social. De otra manera no se entendería la enorme apuesta que está haciendo este Gobierno por la Guardia Nacional. En toda política criminal siempre hay una combinación de instrumentos de prevención y de control. O puesto de otra manera, siempre hay una combinación del brazo protector del Estado y la intervención de su mano dura. La decisión de optar por un cuerpo militar, sin embargo, es elegir un solo extremo de la respuesta punitiva. Así, llegamos a la conclusión de que hay dos elementos en su estrategia que no cuadran del todo.
La Guardia Nacional, como está funcionando, lo abarca todo y nada a la vez. No parece que exista una estrategia bien definida que oriente su actuación, porque tampoco queda claro qué es lo que pretende resolver.
Se podría suponer que atender las causas es una vertiente, y atender la emergencia es la otra. Lo primero con efectos esperables de mediano y largo plazos; lo segundo con resultados más inmediatos. El problema es que no queda claro cuál es el problema que atiende directamente la Guardia Nacional. En un modelo de tres órdenes de Gobierno, como es el nuestro, cada ámbito tiene funciones precisas en la atención del fenómeno criminal. La Guardia Nacional, como está funcionando, lo abarca todo y nada a la vez. No parece que exista una estrategia bien definida que oriente su actuación, porque tampoco queda claro qué es lo que pretende resolver.
El presidente ha dicho que se acabó la guerra contra las bandas criminales, que ya no las va a descabezar. ¿Entonces cuál es su objetivo? ¿Será la disminución de la violencia? ¿La recuperación de territorios? ¿Pacificar al país teniendo presencia en las plazas más calientes? ¿O es que tiene un plan para debilitar a las bandas criminales y contrarrestar los efectos de la rivalidad entre ellas que no requiere balazos? Yo estoy muy confundida.
La confusión se hace todavía más grande si analizamos el despliegue territorial de la Guardia Nacional. Mis colegas del programa de Seguridad de México Evalúa lo acaban de hacer en un artículo reciente. Se dan a la tarea de identificar los municipios más violentos, información que contrastan con el despliegue de la Guardia Nacional. El resultado es decepcionante. Los elementos de la Guardia tienen presencia permanente en apenas 23 de los más de 90 municipios identificados por sus altos niveles de violencia. En artículo va más lejos: con la información disponible encuentra concentraciones de homicidios en municipios contiguos que forman clústeres en distintas regiones del país. Identifican cinco. Lo relevante de este tema es que mientras la violencia está concentrada, nuestra Guardia Nacional está desbalagada y buscando su vocación. Quizá haya integrantes de esta corporación resolviendo conflictos vecinales, o coadyuvando en tareas de investigación de delitos menores porque, como le decía, pueden hacer de todo y nada a la vez. Irrumpen en espacios que no les corresponden haciendo todavía más compleja la gobernanza de la seguridad y el entendimiento entre órdenes de Gobierno.
Todo esto no sería más que un mal diseño de una estrategia o política pública si no hubiera vidas humanas de por medio. El problema es que a este Gobierno nada lo presiona para hacer las cosas mejor. Los homicidios y la violencia en este país pierden titularidad en la agenda. Se hunden entre la pirotecnia de todos los días y nuestra indiferencia como ciudadanos. Con ella, le estamos dando permiso al Gobierno para errar.