Tres años con el Jesús en la boca
Por Edna Jaime (@ednajaime) | El Financiero
No deberíamos estar con el Jesús en la boca. Y, sin embargo, yo estoy con él todos los días porque me pregunto si nuestras instituciones de la democracia y control de poder están debidamente afianzadas para resistir los embates cotidianos del presidente.
El Jesús en la boca está ahí porque conozco las repercusiones de la concentración del poder y la arbitrariedad. Soy de la generación que vivió las crisis económicas sexenales y vio cómo sus padres perdían en términos económicos lo que habían ganado en seis años y más. Porque con impotencia vi, y luego participé, en elecciones organizadas desde el poder en los que se registraban carros completos acorde con la hegemonía de un partido. Viví la nacionalización bancaria y sus repercusiones. En fin, me tocaron los coletazos del régimen autoritario, pero también el inicio de la transición. Soy de la minoría entre los mexicanos que sigue creyendo en la democracia fervientemente, en que hay que llevarla hasta sus últimas consecuencias.
Esta reflexión surge por la transición en el Banco de México. Un ejemplo de cómo se pueden institucionalizar las decisiones en materia económica de manera que se acote la arbitrariedad de quien detenta el poder. El Banco de México marcó claramente un antes y un después. Es de las iniciativas de construcción institucional que mejor nos ha salido. Está muy bien hechecita.
Con el Banco de México, la economía mexicana se estabilizó. Dejamos de dar tumbos sexenales y la inflación dejó de ser el tema. Los políticos en el poder entendieron cuáles eran sus márgenes para actuar, por lo menos en la política monetaria. Porque después de la crisis del 94, ningún presidente, salvo el actual, se atrevió a desafiar las reglas del juego que impone la existencia de un Banco Central autónomo. Un proceso de institucionalización exitoso.
Es importante traer este pasado al presente para dar valor a lo que significa la creación de instituciones que cumplen efectivamente con su mandato.
No quiero sugerir de ninguna manera que el Banco de México esté en riesgo por la sucesión por la que ahora atraviesa. Tengo una visión más optimista que la de algunos analistas…
Quizá lo chavos de hoy no saben que de una semana a otra en este país cambiaban los precios en el súper y que no había manera de seguir el paso al incremento de la inflación aunque los salarios se ajustaran con bastante frecuencia. Vivir en un entorno de inflación era desquiciante: no se podía planear ni para el corto plazo. Un viaje, imposible. No había manera de saber si el dinero en el día uno sería suficiente para financiar un viaje en el día dos, con la gran volatilidad de precios y tipo de cambio con la que vivimos algunos años. La clase media aspiracionista dejó de viajar y de hacer muchas cosas. Las familias de bajos ingresos pagaron el impuesto más regresivo de todos.
No quiero sugerir de ninguna manera que el Banco de México esté en riesgo por la sucesión por la que ahora atraviesa. Tengo una visión más optimista que la de algunos analistas, quizá porque ellos son especialistas en este tema y yo sólo trato de dar una interpretación más política, además de personal, a este asunto. También porque me gustaría que llegara una mujer a encabezar el Banco Central.
Quienes ven riesgos apuntan a la inexperiencia de quien se perfila como próxima gobernadora en temas de política monetaria. Digamos que es problemático que quien encabece la institución no cuente con suficiente experiencia en la materia sobre la que habrá de trabajar. Esto es particularmente grave en las condiciones actuales, porque en el mundo y no sólo en México la inflación está presente con características inusuales y se tendrán que tomar decisiones de política monetaria muy bien calibradas para contenerla. Un contexto por demás delicado que reta incluso a los más avezados, ya no digamos a Victoria Rodríguez, quien se perfila para ser la gobernadora.
Pero hay otro riesgo que se observa, y que puedo compartir en cierta medida, y es que la futura gobernadora encuentre coincidencias y hasta simpatías con las propuestas del presidente en cuanto a la función y rumbo futuro de la Banca Central. Que se convierta en la correa de transmisión entre los deseos del presidente y las decisiones que se tomen en su Junta de Gobierno. Lo veo remoto, debo decirlo. Porque cuando una institución es muy fuerte, se impone sobre las limitaciones y deseos de sus integrantes. Cuando es débil, el perfil de las personas que la integran importa y mucho. Veremos en qué punto del continuo fortaleza-debilidad se encuentra nuestra Banca Central.
Sé que nos quedan tres años con sobresaltos. Porque puede ser que estemos por ver la versión de un presidente desesperado que ve correr los días y deja un legado nefasto en lugar de la transformación prometida. Los arranques desde la impotencia siempre son indeseables. Pueden llevar a decisiones, como la de la semana pasada, que contravienen la ley. Y cuando la ley no es un referente, un límite, los riesgos pueden ser enormes. Por eso creo que en los siguiente tres años no dejaremos a Jesús en paz.