Tiempos complejos
El éxito electoral ha llevado a suponer que el apoyo popular es sostenible y permanente sin la confianza de la totalidad de la población, incluidos los inversionistas, empresarios, socios y mercados financieros.
Luis Rubio (@lrubiof) | Reforma
El triunfo electoral de junio pasado ha envalentonado no sólo al presidente, sino a su sucesora —ahora sí ya presidenta electa— y a todo el contingente morenista. La felicidad de haber triunfado, plenamente justificada a pesar de las irregularidades cometidas por el presidente, se está convirtiendo en una catarata de acciones y decisiones que bien podrían acabar minando, si no es que destruyendo, el enorme capital con que cuenta la Dra. Sheinbaum en este momento.
Las advertencias llegan de todas partes y no es necesario repetirlas: bancos, embajadores, presidentes, políticos, jueces, empresarios, observadores y comentaristas, desde distintas nacionalidades y posturas políticas, todos coinciden en los riegos que entrañan los cambios propuestos en las iniciativas constitucionales que están por ser aprobadas. Rompiendo con todo protocolo y tradición, pero sobre todo la decencia y deferencia que amerita una sucesora ya debidamente certificada, AMLO actúa como si su sexenio estuviera a punto de comenzar. El problema para la Dra. Sheinbaum es que será ella quien tendrá que pagar los platos rotos.
A pesar del contundente triunfo, el país no se encuentra en el mejor momento de su historia. Confundir el fervor popular expresado en las urnas con las circunstancias objetivas que enfrentan la economía y la política mexicana es perder de vista lo que constituye una plataforma sostenible de gobernanza y de desarrollo.
La posible pérdida de la confianza en el gobierno
“La confianza llega a pie, pero se va a caballo”, le espetó el líder del grupo del euro al ministro de finanzas de Grecia cuando esa nación experimentó una gran crisis fiscal. El abrazo del electorado es fundamental, pero requiere mantenimiento y las transferencias en efectivo, que probaron ser tan trascendentes en la reciente elección, son sólo sostenibles en la medida en que el país preserve su estabilidad y la economía comience a crecer a tasas sensiblemente superiores a las de las últimas décadas fuera de los excepcionales polos de desarrollo regionales. No sobra recordar, y más para un gobierno de izquierda, que se requiere más que votos en el pasado para poder avanzar. Edgar Snow le preguntó a Mao qué se necesitaba para gobernar, a lo que Mao respondió: “Un ejército popular, alimento suficiente y confianza del pueblo en sus gobernantes.” “Si sólo tuviera una de las tres cosas, ¿cuál preferiría?”, replicó Snow. “Puedo prescindir del ejército. La gente puede apretarse los cinturones por un tiempo. Pero sin su confianza no es posible gobernar.”
Esa entrevista tuvo lugar en 1931, hace casi cien años, en otro contexto político, geopolítico y económico. Mao no tenía que preocuparse por inversionistas o relaciones con otras naciones, sólo por la estabilidad interna. Hoy la situación es radicalmente distinta. En un mundo hiperconectado, digitalizado, fundamentado en tecnologías extraordinariamente complejas y sofisticadas —comenzando por los semiconductores—, del cual depende la viabilidad económica de México, los gobiernos no pueden desviarse de lo fundamental, que consiste en comprender y establecer, además de mantener, la confianza tanto de la población como de los empresarios e inversionistas, pues esa es la ventaja competitiva más importante con que hoy cuenta una nación. Perder de vista lo esencial —y estar dispuesta a arriesgarlo para satisfacer la vanidad de un predecesor que ya va de salida— es jugar con fuego y poner a su propio gobierno en enorme riesgo.
Un error frecuente en el que caen los políticos –ejemplos de lo cual hay innumerables en las mañaneras, especialmente las posteriores a la elección— es creer que el mundo es estático y que el futuro depende de la voluntad del gobernante. Con sólo quererlo, el deseo se cumple. Quizá por eso el líder de Morena afirmó, con similar arrogancia, que había que darle un “gran regalo” al presidente en la forma de la reforma judicial. Los regalos fáciles (un dedo alzado es suficiente) acaban saliendo caros, especialmente para quien los tendrá que sufragar.
La crisis estructural de México
México enfrenta una crisis política estructural porque adolece de instituciones que le confieran sentido de dirección, disciplina y continuidad política y económica. En alguna era de su historia, el PRI satisfizo esa función y, en las décadas más recientes, el T-MEC ha sido el vehículo que, al menos en el ámbito económico, ha dado viabilidad al país. Morena no tiene las características ni los mecanismos para recrear la función del PRI y la presidenta electa no tiene el rasgo weberiano de la autoridad carismática que caracteriza a AMLO. Su personalidad e historia requieren una construcción institucional, lo que Weber llamó autoridad legal racional, para poder gobernar. Las iniciativas que están en ciernes destruirían esa posibilidad antes de que comience el sexenio.
El político español Borja Semper, lo dice con claridad: “Vivimos la primera gran resaca del nuevo orden mundial surgido por la globalización, un mundo que no es estático y que se caracteriza por el cambio constante… La mundialización es una realidad cargada de oportunidades y retos, creadora de riqueza, pero cuenta aún con el talón de Aquiles de la ausencia de gobernanza que nos permita saber y corregir sus extralimitaciones. La crisis es de confianza, y la confianza es uno de los pilares fundamentales de la democracia.”