¿Qué nos queda? Un tren, una refinería y poco más
Por Edna Jaime (@ednajaime) | El Financiero
Me gusta ver al presidente recatado. Cuidando su investidura. El día después de la elección se comportó así, respetuoso del resultado electoral. Hizo maromas para sostener que su partido había ganado (cosa que sí sucedió, pero no como él esperaba), pero no ofendió al árbitro ni se metió con la credibilidad de la elección. Pensé por breves momentos que el presidente abandonaría sus batallas retóricas para concentrarse en lo importante; en los temas de su agenda histórica que tocan genuinamente los principales problemas públicos que este país debe resolver, pero que su gobierno no ha abordado a cabalidad.
Mi expectativa, sin embargo, es en vano. Hemos visto que el presidente es y vive en el entorno del conflicto, en la dualidad bueno y malo, en el choque épico entre héroes y villanos, como lo analiza con talento Luis Espino en su libro López Obrador: el poder del discurso populista, cuya lectura recomiendo ampliamente. Es casi seguro que AMLO regresará al territorio en el que sabe ser.
Pero será un territorio diferente, por el simple hecho de que abarca la segunda mitad de su periodo de gobierno. Es el tiempo en el que irremediablemente inicia el ocaso, y lo es para todos, incluso para los hiperpresidentes. A Carlos Salinas, uno de ese clan, se le fue de control el país en el último tramo de su gobierno. Al resto de ellos (en los años recientes) no les fue tan mal, pero bien saben que el poder se va aflojado en la medida en que las dinámicas sucesorias se aceleran.
¿En dónde pondrá su energía López Obrador en el segundo tramo de su gobierno? Seguramente querrá seguir alimentando su batalla épica, pero con cada vez menos éxito. Si bien esta elección arrojó resultados de lo más variado, queda claro que hay un grupo de electores a los que este discurso ya no inspira. Y habrá otros segmentos del electorado que verán que la Cuarta transformación no trajo cosas sustantivas, sólo algunos cambios de énfasis en la política pública. Esto no es malo. En las democracias consolidadas, la alternancia de partidos en el poder significa eso: énfasis distintos en los destinos del presupuesto y enfoques alternativos para recaudar vía impuestos. Es un tema hacendario, en esencia.
De la gran batalla épica e histórica a la que nos convocó el presidente nos queda una refinería, un tren y un bonche de programas de subsidio que espero que estén tenido algún efecto positivo en sus beneficiarios. Lo demás queda igual.
El problema es que el presidente nos dijo que este gobierno no sería uno más, y aun así lo que se perfila es que de esa gran promesa nos quede un tímido proyecto de inversión y de gasto. Digo tímido no por los recursos que implica, sino por los resultados que puede generar. El presidente está obsesionado con las distintas piezas de su proyecto: el rescate de las empresas productivas del Estado en el sector energético; las obras emblemáticas en el sur-sureste del país y un conjunto de programas sociales con el diferenciador de ser transferencias en efectivo a grupos diversos de la sociedad. Se le olvidó lo importante: levantar los obstáculos que tienen a este país y a mucha de su gente sumida en el subdesarrollo. Y éstos, como afirma Luis Rubio en su libro más reciente, tienen un origen político. De la gran batalla épica e histórica a la que nos convocó el presidente nos queda una refinería, un tren y un bonche de programas de subsidio que espero que estén tenido algún efecto positivo en sus beneficiarios. Lo demás queda igual.
Mientras escribo estas líneas, leo un tuit de Javier Hidalgo, político morenista que perdió en un distrito de la Ciudad de México en la pasada elección. Dice que lamenta que los ricos no entiendan que está en su propio beneficio eliminar privilegios. Le respondo que es el propio presidente el que no entendió que debería ser ése su gran cometido. Eliminar privilegios implica igualar la cancha para todos. Implica desmontar las barreras que existen para acceder a derechos y oportunidades. Tales barreras implican un privilegio para quienes las brincan (muy pocos) y una enorme brecha para quienes no pueden saltarlas (los más). Habría que eliminarlas, pero el presidente no está en eso. Él está aferrado a su tren, su refinería y sus transferencias. El resultado de la elección no fue satisfactorio para el presidente, pero tampoco creo que lo vaya a mover de sus obsesiones.
El problema de esto no estriba en que el presidente pierda tracción conforme avance su mandato, o que su gobierno cada vez decepcione más. El problema es que quedaremos atrapados en los mismos ciclos de siempre. Habremos perdido una oportunidad más.
Me encantaría que el presidente apuntara a los temas importantes, porque su legado se levantará sobre eso. Si no los asume, lo recordaremos por su estridencia, por sus batallas discursivas… y por el tren y una refinería (que dejó a medias).