Pasado y futuro

El presupuesto gubernamental es el reflejo más fiel de las prioridades y objetivos del gobierno: ahí se puede observar si se apuesta al futuro o a seguir contemplando el ombligo del pasado.

Luis Rubio (@lrubiof) | Reforma

No hay mejor guía para determinar si empata el liderazgo con las circunstancias del país que evaluar su visión del pasado y del futuro, especialmente en términos presupuestales. Nada más concreto que el contenido del presupuesto gubernamental, pues ahí se plasman las prioridades, los intereses y las perspectivas que el gobernante le imprime a su administración y al futuro de la nación. Todo el resto, como dijera algún expresidente, es demagogia.

“El pasado es prólogo” escribió Shakespeare, pero en materia gubernamental con frecuencia el pasado acaba siendo un fardo porque sus componentes se quedan permanentemente incrustados en las leyes, reglamentos y, sobre todo, presupuestos. Decisiones de gobiernos anteriores, quizá justificables en el contexto en que se dieron, acaban siendo hechos consumados que se convierten en derechos adquiridos y, por lo tanto, intocables.

Muchos contratos laborales, transferencias e innumerables partidas presupuestales, se convierten en realidades políticas que impiden al país avanzar. El novelista inglés L.P. Hartley resumió el problema de manera cabal: “El pasado es un país extranjero: ahí hacen las cosas de manera diferente.” La clave del presupuesto de un gobierno nuevo radica en lidiar con los lastres del pasado, como el déficit fiscal, pero construir los cimientos de un futuro diferente.

¿Cuáles son las prioridades del actual gobierno?

‘Nada más importante que la inversión en el futuro,’ con frecuencia nos dice la retórica de candidatos y políticos, pero pocas veces —en México prácticamente nunca— se llevan a cabo esas inversiones. En lo que concierne al gobierno, lo crucial no es hacer las cosas, sino crear condiciones para que éstas ocurran y eso implica inversiones en al menos tres rubros clave en el sentido presupuestal: educación, salud e infraestructura. Además, dadas nuestras circunstancias, habría que adicionar un cuarto factor, sin cual todo el resto acabaría siendo irrelevante: la seguridad pública. ¿Son esas las prioridades del gobierno?

A pesar de la evidencia abrumadora a nivel mundial de que la educación es el principal activo con que puede contar cualquier nación, en México seguimos atorados en el pasado. Peor, el gobierno anterior no sólo no rompió con esa indigna tradición, sino que explícitamente procuró politizar la educación todavía más. Países sin recursos naturales como Japón, Corea, Singapur convirtieron a la educación en su boleto de salida hacia el desarrollo y todos ellos se transformaron, logrando elevadísimas tasas de crecimiento económico, con una consecuente acelerada disminución de la pobreza. Lo mismo se puede decir de la salud: el lado anverso de la moneda de la educación. Los dos factores cruciales que permiten no sólo trasformar la vida de las personas, sino avanzar el desarrollo del país. ¿Existe un cambio de vectores en el presupuesto de estos rubros?

La infraestructura es otro elemento crucial en esta ecuación pero, a diferencia de la educación y la salud, donde típicamente predomina la presencia pública, en infraestructura es perfectamente factible desarrollar proyectos con financiamiento privado, reduciendo drásticamente la necesidad de escasos recursos gubernamentales. Una visión de infraestructura orientada hacia el futuro involucraría rubros evidentes como mejorar las comunicaciones (e Internet) dentro del país, garantizar el suministro de agua y energía confiables y elevar la calidad y condiciones de carreteras, puertos e interconexiones fronterizas.

Por ejemplo, es obvio que la ciudad de México requiere un aeropuerto nuevo del primer mundo; lo mismo se puede decir de las carreteras (como la de México-Monterrey y todas las entidades intermedias, absolutamente saturadas). Pensar en el futuro implica no sólo abandonar proyectos irrelevantes del pasado, así hayan sido construidos ayer… sino desarrollar y construir los que demanda el futuro y una población insatisfecha y crecientemente frustrada.

¿Miramos al pasado o al futuro?

La urgencia de enfrentar el problema de la seguridad es obvia: ¿Cómo es posible aspirar al desarrollo si la violencia prevaleciente impide la vida cotidiana? ¿Cómo es posible argumentar por el futuro si los niños viven en la incertidumbre permanente y sus padres peor? La primera y más elemental razón de ser de un gobierno es la seguridad, pero en nuestro país ese principio se ha evadido de manera sistemática, culpando a los vecinos o al pasado en lugar de asumir el hecho mismo de que no existen condiciones para que la población viva segura y comenzar de ahí: de abajo hacia arriba.

En contraste con las otras prioridades, ésta es más compleja de asir, pero sin ésta las otras disminuyen en viabilidad. Parafraseando a Dag Hammarksjold, el otrora secretario general de la ONU, “la seguridad no existe para llevar a la población al cielo, sino para salvarla del infierno.”

El gobierno anterior no tuvo un ojo viendo hacia el pasado, sino ambos: como decía un letrero en Londres hace algunos años, “Una nación que mantiene un ojo en el pasado es sabia; Una nación que mantiene dos ojos en el pasado está ciega.” ¿Cómo romper el entuerto? Esa es la pregunta clave: ningún gobierno puede olvidarse del pasado, pero la misión del gobierno es hacer posible el futuro. El presupuesto tiene que reflejar esa mirada: mitad hacia el pasado y la otra decididamente hacia el futuro.