No, él nunca se hizo pasar por un demócrata
Por Edna Jaime (@ednajaime) | El Financiero
Trato de recordar si en algún momento de su infinita campaña política López Obrador nos prometió la democracia. Fox sí lo hizo, a su manera. Tendría que preguntarle a mi amigo Luis Espino, que se ha dedicado a estudiar el discurso del presidente, si hay franjas narrativas, momentos, en que se haya presentado ante nosotros como un demócrata. Pienso que nunca. Así que aquellos que votaron por él no deberían sentirse defraudados al ver que no es un demócrata, ni de lejos. El presidente es una persona profundamente antiliberal, que no tiene ni una pizca de respeto por la libertad de elección –componente esencial de la dignidad de las personas–, por los controles al poder para evitar su abuso, por el conocimiento como punto de partida para hacer política pública, por los elementos básicos que hacen a un gobierno exitoso, como el fortalecimiento de las instituciones de Estado.
Eso sí: él es magistral para recoger las frustraciones de lo que la promesa liberal no logró. Y el recuento de daños es enorme. Por ahora basta decir que no logramos constituir gobiernos que dieran resultados a la gente; más bien perpetuamos los privilegios de los de siempre, sobre todo en lo que se refiere al acceso al poder. Pero que nos quede claro: el presidente nunca se presentó como un demócrata, y que no se digan sorprendidos los que hoy resienten su embate a la institucionalidad democrática. Quizá les gustó el ánimo justiciero del presidente, su anhelo manifiesto de ir contra los ‘poderosos’, la forma en que apalabró el hartazgo con el statu quo… pero por ser un demócrata no lo eligieron, ¿cierto?
El modelo de autonomía le resulta incómodo, porque le hace perder la certeza de conservar el poder. Él, que lo buscó con perseverancia por tantos años, que encarna la verdad, que representa a los no escuchados, no puede someterse (incluyo a su partido) a un escrutinio periódico en que pueda ser derrotado…
Su asalto al INE ha sido finamente construido. Ha escogido cuidadosamente sus argumentos en contra del Instituto para llevar la discusión a la cancha en la que él sabe jugar. Que si “la reforma aprobada sólo tocaría a la burocracia dorada del INE” (La Jornada, de ayer mismo); que si el INE es el perpetrador de los fraudes, que (son ellos) “los que ponen en riesgo la elección”. (Forbes, 26 de enero). Al inaugurar la plenaria de diputados de Morena, el secretario de Gobernación transmitió el mensaje del presidente: pidió a los diputados que se dedicaran este año a “hacer mucha política en el territorio”, y que, aun cuando lo acusen de actos de campaña anticipados, también él cree “que es hora de ir abajo a consolidar” el movimiento.
El ‘Plan B’ en materia electoral es la estocada al Instituto, después de algunas faenas. Desmantela el fundamento de la organización electoral y su servicio profesional. Es como si los hacedores de esta ley se hubieran puesto a analizar procedimientos y procesos, y escogieran afectar los puntos neurálgicos de la organización electoral. He revisado opiniones de los consejeros y el estudio técnico que el propio Instituto elaboró para ofrecer una valoración de las repercusiones de esta ley. Son muy profundas. No es la simple aplicación de un recorte presupuestal (que lo ha sufrido el Instituto en cada uno de los años de esta administración), sino una maniobra para hacerlo débil, para cuestionar su eficacia y, en un caso extremo, descarrilar la propia elección. El consejero Ciro Murayama expresa esta preocupación y no es exagerada.
Una supone que una democracia electoral arriba cuando los actores que compiten por el poder deciden que es la mejor manera de disputarlo. Cualquier otra opción es costosa. La vía armada o del conflicto parece no convenirle a nadie. Pienso que el presidente no quiere llegar a este extremo. No creo que busque llegar a un punto en el que él mismo pierde. En 2006, cuando fue derrotado en la elección por un pequeño margen, no buscó incendiar al país. Instaló un plantón costosísimo para los capitalinos, que sirvió para absorber el golpe. El presidente insistió por una vía institucional. ¿La quiere quemar hoy?
Pienso que lo que busca es tener el control sobre el proceso. Quiere que dentro del ámbito de gobierno se maneje la organización electoral con todos sus componentes. El modelo de autonomía le resulta incómodo, porque le hace perder la certeza de conservar el poder. Él, que lo buscó con perseverancia por tantos años, que encarna la verdad, que representa a los no escuchados, no puede someterse (incluyo a su partido) a un escrutinio periódico en que pueda ser derrotado.
Lo que está en juego con la reforma que se someterá a votación legislativa es mayúsculo. Es un golpe a la línea de flotación de nuestra modernidad. Modernidad (proceso civilizatorio, si les gusta más) entendida como un estadio en el que ganamos derechos, en los que se facilita nuestra capacidad de elegir, como le decía líneas arriba.
Supongo que será difícil detener la reforma.
Me queda confiar en que la reforma encontrará corrección en nuestro máximo tribunal y en que los ciudadanos, con nuestro voto, decidamos castigar y corregir. El presidente López Obrador nunca se disfrazó de demócrata. ¿Hay suficientes demócratas en la ciudadanía como para sostener nuestra civilidad?