Mexicanos sin metas
Edna Jaime
Los mexicanos no estamos acostumbrados a pensar en términos de metas. Y por ello con frecuencia nos extraviamos en el camino. Las metas son puertos de llegada y a partir de ellas es que se puede formular una carta de navegación. No al revés. En México solemos convertir los instrumentos en fines y nos olvidamos de lo que de verdad importa: los avances tangibles que debemos lograr para construir nuestro camino al desarrollo.
Esta reflexión es importante en el contexto actual del país en el que se discuten reformas, se plantean programas, pero no parece haber un para qué de lo que se emprende, objetivos claros, metas cuantificables que justifiquen las acciones que se emprenden.
Si revisamos el discurso político alrededor de estas reformas que se discuten, pareciera que el objetivo final es que el Estado mexicano doblegue a los poderes fácticos que lo tenían acorralado. En este aparente duelo de titanes cabe todo menos la consideración al ciudadano o consumidor. Porque de los debates suscitados alrededor de estos temas no hemos escuchado que se ofrezca una meta en términos de calidad educativa, tampoco una en términos de acceso o de precios para el consumidor final en los servicios de telecomunicaciones. Tampoco se ha construido una cadena causal que parta de algo desagregado (reforma educativa o en telecomunicaciones, por ejemplo) para construir una meta agregada como es la tasa de crecimiento económico. No estamos educados para pensar en metas y por eso nuestras reformas suelen quedarse a medio camino,extraviadas o derrotadas por intereses de lo más diverso al no encontrar asidero en una base social más amplia que asuma que estos cambios operan a su favor. Por eso existe un divorcio entre proyecto y ciudadanos, porque las agendas de gobiernos no se transforman en metas y medidas asibles, relevantes, para el ciudadano común.
Ahora que viene la discusión del Plan Nacional de Desarrollo habría que pensar en la idoneidad de este mecanismo para resolver el problema que he planteado. El Sistema Nacional de Planeación, en la que se inscribe la elaboración de dicho plan, se diseñó en una época en que el Estado mexicano tenía un papel desbordado en la conducción de los destinos del país. De hecho, este sistema de planeación rememora la planificación centralizada de los países comunistas en los que las decisiones burocráticas suplantan a las de los individuos y los mercados. Una primera consideración respecto a ese plan debería ser el situar el papel del gobierno en el lugar que le corresponde, como el facilitador para que la iniciativa de las personas prospere.
Pero otra no menos importante es hacerlo funcional, permitir que rebase la calidad de trámite que tiene en la actualidad para convertirlo en la carta de navegación que nos permita llegar a los destinos definidos. De eso se trata la planificación estratégica. Desdoblar grandes metas futuras, en acciones concretas en el presente que se vinculen con el objetivo ulterior. Me cuesta mucho pensar que cualquier persona o entidad pueda avanzar si no tiene este prerrequisito resuelto. Y desafortunadamente nuestro sistema no alcanza esa calidad.
El reto de la actual administración, si se toma en serio el proceso que tiene enfrente, es conectar las acciones que ha anunciado y avanzado en estos primeros meses de gobierno en un proyecto de largo plazo que, no obstante esa proyección temporal, tenga objetivos y metas concretas de mediano y corto plazo, asequibles en el curso de esta administración.
Los gobiernos que operan bajo estos principios son sumamente profesionales y su gestión es sistemática y ordenada. Saben proponerse metas, pero también cuentan con sistemas para dar seguimiento del avance en su consecución. En México a pesar de que hemos avanzado en la construcción de sistemas de monitoreo y de evaluación en la gestión pública, éstos pierden de vista los grandes objetivos (los resultados) para concentrarse en la operación cotidiana (las acciones). El divorcio provoca que perdamos la brújula, nos extraviemos y nos quedemos cortos en los resultados.
En sus primeros 100 días este gobierno ha sido particularmente activo en la promoción de reformas, en el lanzamiento de programas y la reorganización de la Administración Pública Federal. En lo que ha sido omiso es en el planteamiento de metas concretas que nos den certeza de hacia dónde nos dirigimos y nos permita a los ciudadanos seguir su evolución.
El proceso de formulación del plan nacional tendría que buscar ese objetivo: plantear metas audaces y conectar las acciones emprendidas o anunciadas con esos derroteros. Si el gobierno actual logra hacerlo, entonces podemos decir que existe proyecto. Si no, las reformas estarán siendo concebidas como fines en sí mismas, pero no estarán construyendo un proyecto de futuro para el país.
Desde que existe la obligación de formular un plan nacional no se ha conseguido esa hazaña. ¿Será que este gobierno lo pueda lograr?