Los niños mexicanos como conejillos de Indias
Por Edna Jaime (@ednajaime) | El Financiero
Hay cartones que lo dicen todo. Uno de Magú en La Jornada de esta semana se cuenta entre ellos. En él aparece el edificio de la SEP con una enorme manta colgante en la que se pide a los padres de familia que manden a clases a sus niños disfrazados de conejillos de Indias. En esa misma manta aparece una criatura con mochila a espaldas, vestida para la aventura de ser el experimento.
El próximo lunes millones de niños regresarán a clases. No llegarán a las aulas todos los que eran. En el transcurso de la pandemia más de millón y medio de ellos se desconectaron de la educación formal. Y los niños y niñas inscritas llegarán con distintos grados de aprendizajes, según haya sido su experiencia en la educación vía remota, y con su propio coctel de emociones.
La vida en el aula será difícil. El maestro o maestra tendrá la tarea adicional de conocer cuáles fueron las pérdidas particulares de aprendizajes e idear cómo mitigarlas, si es que cuenta con la sabiduría y los instrumentos para hacerlo, en ausencia de una política pública para ello y del financiamiento adicional que debe acompañar toda medida extraordinaria.
En el mundo hay un revuelo sobre el tema. En la academia, en organismos de desarrollo e internacionales y en los propios gobiernos se plantea el desafío de medir y corregir los daños causados por la pandemia. Una de las fundaciones más dotadas de recursos para apoyar intervenciones en ciertas regiones y para trabajar en temáticas específicas, la Fundación Gates, parece muy comprometida en colaborar para que los niños y jóvenes de todo el mundo no se queden atrás por este shock que vino a cambiar las trayectorias educativas de millones.
Cualquiera que tenga un poquito de entrenamiento en el diseño de políticas públicas sabe que en momentos de emergencia hay que aplicar programas extraordinarios, con metas muy concretas y con buena información en las manos…
En ciertos estudios, como el realizado por el Banco Mundial, Unicef y Unesco, que lleva el nombre de Dos años después salvando a una generación, se identifica a América Latina como una de las regiones más afectadas. Así como sucedió con la crisis sanitaria, en la que la región ‘aportó’ un número desproporcionado de decesos en la contabilidad internacional, pasó con la educación. Es decir, está aportando a la estadística mundial pérdidas de aprendizajes mayores que las de otras regiones. Según el estudio al que hago referencia, la proporción de ‘pobres de aprendizaje’ en América Latina ha crecido del 52% en 2019 al 79% en 2022.
Un pobre de aprendizaje es aquél que no cumple con el nivel mínimo de competencia (NMC) correspondiente al grado que cursa. Desde antes de la pandemia en México ya teníamos una enorme pobreza de aprendizaje. Se agravó con ella. Antes del Covid, para la educación primaria media (tercer grado), casi el 40% de los estudiantes estaba por debajo del NMC requerido en lectura. Para sexto grado, este número se elevó al 58%. En matemáticas, 35% de alumnos de tercer grado no llegan al NMC; 62% en sexto de primaria.
En este contexto, el impacto del covid-19 en la educación fue mucho peor de lo esperado. La pandemia empujó una crisis dentro de una crisis.
A nivel global, una simulación realizada para otro informe de referencia[i] estima que siete de cada 10 niños en países de ingreso medio y bajo sufren de pobreza de aprendizaje, y que todo lo avanzado allí en este campo desde 2000 se ha perdido.
Datos disponibles para los estados de Sao Paulo (Brasil), Karnataka (India) y varios de México reflejan pérdidas de aprendizaje equivalentes al periodo de cierre de las escuelas; es decir, un año de cierre escolar es la pérdida u olvido total de los aprendizajes que se hubieran dado con normalidad en ese año[ii].
En medio de todo esto, en nuestro país se nos ocurre jugar al experimento. Involuntariamente, niños de preescolar, primaria y secundaria serán los conejillos de Indias del cartón de Magú. Formarán parte de un programa piloto para el cambio de plan de estudios que se dará a mitad de un tiempo oscuro en la educación pública.
Cualquiera que tenga un poquito de entrenamiento en el diseño de políticas públicas sabe que en momentos de emergencia hay que aplicar programas extraordinarios, con metas muy concretas y con buena información en las manos. La situación de la educación en el país es extraordinaria, y lo que se ‘receta’ es un cambio en el plan de estudios que no parece tener brújula, ni estar sostenido en diagnósticos y en las mejores prácticas internacionales. Hay un eje ideológico indiscutible que refleja un desprecio, de entrada, de lo que es necesario para hacer política pública de calidad: la medición y la información.
Este gobierno o cualquiera que se forme en el futuro tendría que ofrecerle a los mexicanos un plan para cruzar las líneas de la pobreza de aprendizaje, tanto como nos obsesionamos con hacer cruzar a mexicanos por las líneas de pobreza establecidas.
En cambio, lo que el gobierno nos ofrece es un experimento, fundado en sus emociones y obsesiones, incapaz, por lo que se conoce, de sacar a los mexicanos de su pobreza educativa.
Junto a la salud, la pobreza educativa será el peor legado de este sexenio. Porque está convirtiendo a los niños en conejillos de Indias y está sacrificando su futuro en pos de su obsesión.
Twitter: @EdnaJaime
[i] Report: The State of Global Education: 2022 Update, Banco Mundial
[ii] Report: The State of Global Education: 2022 Update, Banco Mundial