Los gobiernos importan: gran lección de la pandemia
Por Edna Jaime (@ednajaime) | El Financiero
Estimado lector, si le preguntaran qué idea o concepto le viene a la mente con la mención de la palabra ‘pandemia’, ¿qué respondería? Seguramente algo en el espectro que va de lo emocional a lo práctico. De lo íntimo a lo público.
Esta semana tuve la oportunidad de escuchar una conferencia de Esther Duflo, premio nobel de economía 2019, auspiciada por el Tec de Monterrey. Y la escuché decir que los gobiernos sí importan. La pandemia los ha reivindicado, más por el concepto que encarna este aparato de decisores y ejecutores de acciones para resolver problemas públicos (que ninguna otra entidad podría representar) que por el desempeño que éstos han exhibido en el largo trayecto de la crisis sanitaria. Ahora, cada vez que escuche el término ‘pandemia’, lo asociaré con gobiernos, buenos o malos.
Esther Duflo es una economista muy destacada, una científica social hecha y derecha. Ella, junto con su marido, Abhijit Banerjee, ha hecho aportaciones muy sustantivas a la disciplina. Visualiza a los profesionales de su gremio (me gustaría hacerlo extensivo al resto de las ciencias sociales) como fontaneros. Sí, los que arreglan tuberías rotas. Científicos sociales enfocados en resolver problemas concretos. En su libro Buena economía para tiempos difíciles hay un capítulo completo dedicado a los economistas. Trata de dilucidar por qué no son escuchados en nuestras sociedades, cuando son ellos los ‘reparadores’, los que tienen las soluciones y salidas para nuestros desafíos actuales.
Pero regreso al punto: los gobiernos son importantes. Y, sin embargo, están desacreditados. Llevamos décadas menospreciándolos. Dice Duflo que son nuestros punching bags. Yo pienso que, la verdad, es bien difícil gobernar; contar con la suprema fortuna de una alineación de astros: buenos profesionales en la administración pública, diagnósticos correctos, fontaneros arreglando tuberías y un marco de control y de rendición de cuentas que no permita desviaciones. Es mucho. A veces tal alineación se da. Es lo que tenemos que pedir, en cualquier caso.
(…) La confianza se agota y la pandemia ha sido tan larga que incluso los mejor pertrechados tras el sí ciudadano la fueron perdiendo. Canadá es un ejemplo. La confianza en el gobierno y en las medidas de protección se está agotando.
La crisis por el covid-19 fue una llamada de atención que nos recordó la razón de ser de los gobiernos. Duflo nos recuerda la magnitud de las decisiones que se tomaron durante este tiempo: cuándo y durante cuánto tiempo las personas deben cerrar sus negocios, cuántos se quedan en casa, en qué circunstancias y cómo se usa el cubrebocas, entre las más reconocibles. Pues bien, esas decisiones sólo las podía (puede) tomar e implementar un gobierno, que debe ser capaz de incorporar y defender la noción del bien común.
Los gobiernos también fueron los únicos que podían orquestar un rescate financiero. Y en este punto las respuestas tuvieron el marcado y quizá inevitable sesgo de la desigualdad o de la incompetencia.
En los países ricos, los gobiernos pudieron ‘apartar’ para medidas de estímulo fiscal cerca del 24% del PIB; en los de ingreso medio, fue cerca del 10%, y en los países pobres representó alrededor del 2% de un PIB mucho menor.
Por otra parte, los gobiernos también fueron clave para financiar la investigación para las vacunas (asumiendo grandes riesgos: podían no resultar efectivas); para organizar la producción y distribución en una larga cadena que concluía con una persona inoculada. Y en esto también hubo una gran diferencia entre países ricos y pobres.
La confianza en el gobierno fue importante para el éxito contra el covid-19, dice Esther Duflo. Los países en donde no existía tal confianza tuvieron peor desempeño. Hay, por lo menos, una correlación entre desconfianza y tasa de mortalidad por la enfermedad, algo que, al fin, que no tiene que ver con ingreso per cápita. Sólo con confianza hay cooperación.
Pero la confianza se agota y la pandemia ha sido tan larga que incluso los mejor pertrechados tras el sí ciudadano la fueron perdiendo. Canadá es un ejemplo. La confianza en el gobierno y en las medidas de protección se está agotando.
Es posible que si el virus se hubiera comportado de manera diferente, los gobiernos hubieran adquirido mayor legitimidad. Los que respondieron bien hubieran reivindicado su razón de ser. En el fondo creo que lo hicieron, y espero que los votantes en las urnas puedan reconocerlo, pero el mundo poscovid es muy raro, predispuesto a liderazgos autocráticos (que espero que en el balance final no salgan ganando).
En su conferencia Duflo nos planteó que, de hecho, al principio de la pandemia los partidos en el gobierno se fortalecieron. Pero a medida que la pandemia se sostenía ese bono de confianza se fue agotando. Y ahora estamos del otro lado de la barrera, por decirlo de alguna manera. Si esto no ‘acaba de terminar’ pronto la desconfianza puede prevalecer, lo cual, desde mi perspectiva, es la antesala de una crisis.
México es una paradoja. No lo dice Duflo, lo digo yo. Un presidente con un respaldo inédito que se sostiene en el tiempo, pero con un desempeño frente a la pandemia insuficiente. Indicadores clave en materia de salud, educación y exceso de muertes nos dicen que la deseada alineación de astros no se dio para nosotros.
Pero el punto es cómo reivindicamos a los gobiernos. Cómo construimos e impulsamos una agenda de fortalecimiento de los mismos, porque ya vimos que la noción de gobierno mínimo no aplica para hoy ni para lo que vendrá.
Gracias, Esther Duflo, por tu inteligencia y claridad.