Las policías y la paz
En días pasados un grupo de organizaciones civiles signamos un comunicado en el que alentábamos al gobierno federal a abrir el debate social y legislativo en torno al proyecto de crear una Gendarmería Nacional, este cuerpo policíaco-militar encargado de tareas de seguridad territorial al que el presidente Peña se comprometió en los tiempos de campaña. Preocupa que esta nueva institución nazca sin una debida reflexión respecto a sus funciones, estructura, mecanismos de control interno y de rendición de cuentas externos. Preocupa aún más que no queden claras sus funciones en el desordenado y heterogéneo mosaico de cuerpos de seguridad existentes en el país.
Se ha argumentado, con razón, que nuestro problema en materia de instituciones de seguridad es su brutal fragmentación (son muchas las corporaciones hoy existentes). De hecho se promovió en la administración anterior un modelo que permitiera alinearlas a un número menos disperso de mandos. Se propuso así un primer modelo de mando único federal para las policías del país, que fue desechado antes de siquiera convertirse en una propuesta formal. Luego se presentó una iniciativa legislativa en la que se consideraba el mando único estatal. La iniciativa quedó varada en el Legislativo, lo mismo que la discusión sobre el modelo policial que el país debía abrazar. En ausencia de un modelo rector y de un liderazgo que lo promoviera con eficacia, la reforma policial en la pasada administración quedo reducida a uno de sus componentes: la depuración y certificación de sus elementos. Prerrequisito que no se solventó en los términos legales dispuestos y que requirió de una prórroga que ahora transcurre y que seguramente será insuficiente para dar por concluido un proceso en el que muchos estados presentan rezagos.
En este proceso trunco es que se anuncia la creación de un nuevo cuerpo de seguridad. Su tamaño, estructura y naturaleza apenas se han esbozado. Fue un compromiso de campaña y un elemento contemplado en el Pacto por México. Ambos amarres quizás obliguen a su creación antes de que concluya el primer semestre del año que corre. Pero sería un error forzar su conformación antes de haber resuelto el porqué y para qué de esta nueva corporación. Sería un error hacerlo antes de decantar con nitidez cuál es la estrategia de seguridad de esta administración, cuál el modelo policial que se busca impulsar y cuál el valor agregado de esta nueva organización policial a la luz de las respuestas que se den a las preguntas anteriores.
Supongo que desde el espacio de una campaña política en el que el tema de seguridad siempre debió abordarse como prioridad, lanzar la idea de un cuerpo policial de las características de la gendarmería resultó atractivo. Supongo que desde la barrera los problemas se percibían de otra naturaleza y dimensión. También puedo entender la lógica política de su creación: buscar un contrapeso a una superpoderosa policía federal. Ahora ya con el mando y la responsabilidad, el nuevo gobierno debería sopesar su propuesta. Discutirla en público y de concluir sobre la idoneidad y pertinencia, construir legitimidad para ésta. Crear una nueva corporación en medio de un proceso en el que apenas se plantean algunas definiciones y a través de un decreto administrativo (como se maneja ésta pudiera ser creada), abonaría a la confusión que se percibe y prevalece en el ámbito de la seguridad a nivel federal.
Lo más importante es no olvidar el objetivo que esta administración se propuso en materia de seguridad: proteger al ciudadano, recuperar la paz. Si esa es la meta, debemos discutir qué policías necesitamos. Me temo que no son sólo cuerpos policíacos con entrenamiento militar, sino policías que puedan crear junto con la sociedad un sentido de comunidad, de respeto a la ley y a los derechos de otros. Esa policía que es la que construye la paz en su trabajo cotidiano, no se ha contemplado todavía en ninguno de los modelos.
Necesitamos un debate amplio y abierto sobre las policías que necesitamos y que su reforma sea un eje prioritario de la estrategia de seguridad actual. Si obviamos este paso, es muy posible que repitamos la estrategia que se dice se quiere abandonar. Y, para ello, es imprescindible sumar a otros ámbitos de gobierno.
Construir una policía para la paz requiere de mucho más talento, pericia y visión, que conformar un cuerpo policíaco más a nivel federal. El presidente Peña se comprometió con una nueva estrategia y qué mejor ámbito para comenzar que éste, las policías del país. Estamos muy a tiempo para que se convoque a una discusión profunda respecto a este tema, para invitar a todos los responsables a este diálogo y a generar un esquema para que cada quien asuma la responsabilidad que le corresponde. Si esto no sucede, la promesa de un cambio de estrategia habrá quedado sólo en eso, con resultados que no se distancien de los de la administración anterior. ¿Queremos eso para nosotros y el país?