Las instituciones a prueba
En el primer ejercicio de evaluación que el Coneval realizó al programa Cruzada Nacional Contra el Hambre, que es precisamente sobre su diseño, se identifican aciertos, pero también deficiencias.
No está siendo fácil descifrar al gobierno del presidente Enrique Peña. Por un lado, parece que abraza la ortodoxia en materia económica al impulsar una agenda de reformas, que buscan impulsar la competencia económica, la productividad y el crecimiento. Por el otro, sin embargo, propone políticas que pueden romper con esa ortodoxia. Lo más palpable y reciente es el cambio en materia de endeudamiento propuesto en el paquete hacendario, aprobado apenas hace unos días. Solicitó y se le concedió, un monto de endeudamiento importante bajo la promesa de retornar el equilibrio luego de unos años, de acuerdo a la regla de balance estructural incluida y aprobada en el paquete. En este primer año de gobierno el presidente Peña manda señales contradictorias y por eso resulta difícil ubicarlo como un reformador convencido.
En materia de política social, el Presidente ha decidió imprimir su propio sello. Desde el discurso inaugural anunció que su meta en materia de combate a la pobreza se enfocaría a erradicar el hambre entre los mexicanos que todavía la padecen y que con tal motivo emprendería una estrategia nacional de atención a dicho flagelo. Hizo a un lado uno de los programas sociales más robustos de la Administración Pública Federal, el Oportunidades, para darle centralidad al propio. Al igual que en lo económico, en lo social también surge la pregunta de si el Presidente abandonará la ortodoxia, entendida ésta como un consenso en torno a instrumentos e instituciones que permitan certidumbre en la política pública, su institucionalización y, más importante, un manejo no politizado, o más precisamente, no preponderantemente politizado del mismo. ¿Representa la Cruzada un riesgo de esa naturaleza?
La Cruzada Nacional Contra el Hambre es un programa difícil de entender y muy complejo en su operación. En realidad no es un programa, sino una estrategia que persigue cinco objetivos relacionados con erradicar la carencia alimentaria entre la población más pobre. El programa ha sido cuestionado por una posible orientación electoral en la selección de los municipios beneficiarios sin que se haya podido generar suficiente evidencia para probarlo.
A la Cruzada se le ha criticado también por un diseño incompleto y lo imbricado de su operación. Se le cuestiona sobre los criterios de selección de municipios beneficiarios, que acaban teniendo un sesgo hacia lo urbano y a partir de ello una renta electoral potencial. También se le señala por el riesgo de que los comités comunitarios, que contempla en cada municipio, se conviertan en intermediarios en una relación de corte clientelar y control político, pero es un hecho que el programa será evaluado y en ese momento rendirá cuentas sobre sus resultados.
En el primer ejercicio de evaluación que el Consejo Nacional de Evaluación (Coneval) realizó al programa, que es precisamente sobre su diseño, se identifican aciertos, pero también deficiencias. Grandes y potencialmente muy costosas, desde mi punto de vista, si partimos del hecho de que el Presidente tenía alternativas menos arriesgadas para lograr su objetivo, como incluir en el diseño del programa Oportunidades los ajustes y los programas para atender lo que se ha convertido en su objetivo prioritario: cero hambre
La decisión de lanzar su propio programa puede responder a distintas motivaciones. Siempre existe la tentación de dar un uso político a los programas sociales. En México el extremo fue Carlos Salinas, quien manejó una enorme bolsa de recursos para destinarla a proyectos inscritos en su Programa Nacional de Solidaridad. En esa época no había reglas. Todo el espacio era para la discrecionalidad.
Luego de ese exceso se planteó la necesidad de institucionalizar la política social.
Oportunidades, y su continuidad a lo largo de tres administraciones, construyó una ortodoxia, un diseño de política pública que cumplía con los estándares de las mejores prácticas internacionales. Oportunidades se convirtió en una de ella. ¿El que el presidente Peña lo desplace del centro de la política social implica que abandona la ortodoxia? Es incierto, pero es un hecho que si los mecanismos de rendición de cuentas implícitos en los mecanismos de evaluación funcionan, el poder y los recursos no se podrán ejercer como en el pasado, sin evaluación ni control. Ahora que hay indicios de que se abandona la ortodoxia, en lo económico y social, es tiempo que las instituciones prueben su potencia y su papel.