Las causas que nos mueven
Por Edna Jaime (@ednajaime) | El Financiero
Me puse a contarlas. Son muchas. Me percaté de que mi corazón sí es bodega y que albergó la esperanza de cambios profundos en distintos ámbitos de nuestra vida nacional. Yo estoy lista para marchar por la democracia, como lo he hecho desde 1988, cuando las elecciones de Estado parecían una barrera difícil de vencer, y se avizoraba el triunfo de un candidato opositor en medio de condiciones totalmente sesgadas a favor del oficialismo. He marchado en solidaridad con las víctimas de la violencia; hacerlo junto a madres y padres que buscaban a sus seres queridos ha sido de lo más desgarrador. Las marchas de los 8M son tremendas, porque entre exigencias de justicia se siente la energía de nuevas generaciones que se movilizan sin un jefe, una estructura, un mando centralizador. Entonces, por momentos, se convierten en una fiesta sin anfitrión, que puede desbocarse e igual acabar en un pleito violento o una fogata entre quienes sienten y piensan igual.
Los resortes de la participación política y la movilización son de lo más variado. Supongo que dependen de la edad, el ingreso, la escolaridad, la región en la que uno viva y la valoración de lo que es justo o injusto, de lo que nos afecta o se percibe como distante y, sobre todo, de lo capacitado o incapacitado que uno se sienta para poder influir en el entorno. Una persona que se perciba desposeída de toda posibilidad de influencia seguramente será pasiva, mientras que quien se sienta con algún grado de poder, se movilizará.
Estoy segura de que habrá mucho análisis al respecto. En esto soy una villamelona que intenta entender los resortes que hacen que las personas se muevan. Platiqué recientemente con Carlos Hernández, un matemático que ha recopilado y analizado información de distinto tipo para ubicar dónde están y quiénes son las personas que no participan, la que se abstienen de votar en el momento de una elección, lo que para mí es un acto radical, que habría que entender. Porque abstenerse de intervenir con el voto en el destino propio es un acto de rebeldía, en el que la persona abdica a un derecho esencial para decir no puedo, no sirve, no me importa o no quiero. En algunos casos, es una expresión antisistema, que puede llevar a cimbrar el estado de cosas. En este punto el acto radical, que parecía sin sentido, puede desencadenar una transformación.
El universo de personas que no votan es enigmático, porque sus mensajes son muy diversos. Creemos entenderlos, pero no estoy cierta de que en verdad lo estemos haciendo. Carlos llama a este espectro de personas el océano azul. Algo inmenso y también desconocido. Porque en el mar rojo nos desenvolvemos, esgrimimos argumentos, nos pelamos, pero no convocamos al mundo azul. Y lo pintado de rojo es minoría.
Algo debe remover al establishment social y político. El obradorismo no lo hizo. Las hoy oposiciones siguen enfrascadas en sus mismos paradigmas, cuya constante es el acceso al poder sin proyecto asociado.
Entiendo que Carlos Hernández publicará su estudio en un número próximo de la revista Nexos y me parece que será una gran invitación a pensar. Pensar en los que no participan, pero existen. Pensar en las razones que los mantienen al margen y buscar maneras de sumarlos en la definición del país para los próximos años. Porque si siguen eligiendo gobierno las minorías de siempre, vamos a estar atorados en los mismos temas y en las mismas discusiones para siempre.
Algo debe remover al establishment social y político. El obradorismo no lo hizo. Las hoy oposiciones siguen enfrascadas en sus mismos paradigmas, cuya constante es el acceso al poder sin proyecto asociado. Esta situación lleva a anomalías democráticas graves, porque se deja afuera a buena parte de la población.
En la última marcha del 8M me preguntaba yo por qué los partidos políticos de siempre tienen una oferta tan limitada para las miles de mujeres que marchan cada año. Sus posturas suenan tan contundentes, pero se diluyen tan rápidamente… Es un síntoma de ensimismamiento de los partidos que no vean dónde están las agendas emergentes, las que pueden mover al país y al mundo. Con liderazgos tan mediocres y con reglas que protegen lo poquito que les queda, no tienen incentivo para despertar. Para mirar que las coordenadas de este mundo han cambiado y que hay un ímpetu social que si no se entiende, se le manda al fondo azul de las preferencias, sentimientos y vocaciones no entendidas.
En lo personal, la plática con Carlos Hernández me llevó a pensar en lo muy atados que estamos al statu quo. No sólo son partidos y liderazgos políticos; también en otros ámbitos estamos casados con lo que conocemos, poco dispuestos a abrirnos a lo emergente. Por eso es tan importante mirar al océano azul. Quizá ahí encontremos las claves para movilizarnos y cambiar al país.
¿Qué causas nos mueven? Yo entiendo las mías, pero es imprescindible entender las de los demás.