La sociedad mexicana: ¿Dr. Jekyll o Mr. Hyde?
Nuestra faceta de Mr. Hyde la explica nuestro pasado, la forma en que se forjó el aparato político que organizó a la sociedad y siempre controló su participación. Nuestra faceta de Dr. Jekyll se ha mostrado poderosa, imbatible. Necesitamos encontrar las formas para que se esa energía pueda estar prendida no sólo en las tragedias, sino también en lo cotidiano.
Edna Jaime (@EdnaJaime) / El Financiero
Los mexicanos parecemos tener dos personalidades. Como Dr. Jekyll y Mr. Hyde: dos identidades en una misma persona.
Por un lado, somos ciudadanos poco interesados en la cuestión pública, desconfiados de los políticos pero también de nuestros pares, apáticos la mayor parte del tiempo. Por el otro, mostramos generosidad y solidaridad desbordantes cuando las circunstancias apremian. En la historia del escritor Stevenson, el Dr. Jekyll encontró la pócima para separar el bien y el mal. Sería fantástico que nosotros encontráramos los mecanismos para que nuestra faceta ejemplar como ciudadanos prevaleciera. Seríamos un país muy diferente.
Lo primero es entender de dónde venimos, porque eso explica en buena medida lo que somos. Y nuestro pasado es el de un aparato político apabullante en el que el ciudadano era muy chiquitito. Primero el partido, me refiero al PRI y sus antecesores, se hizo omnipresente para asegurar la estabilidad. Integró en sus estructuras igual a amigos que rivales, campesinos que obreros, sectores de la sociedad mexicana y empresarios. Era un aparato poderoso y eficaz en el control y en la intermediación política. Un entorno en el que la participación independiente era imposible, pero también en el que el ciudadano tenía poca capacidad de incidir. Supongo que esto nos despojó del apetito de participación y de involucramiento en los asuntos públicos. Hacerlo era arriesgado y también improductivo.
Ese pasado quizá también explique nuestro desdén hacia lo público. En México lo público es sinónimo de lo gubernamental. No es una construcción que involucre al ciudadano. Esta herencia pesa hasta nuestros días.
Como hemos visto los 19 de septiembre, el de 1985 y el de 2017, las tragedias rompen con ese (des) equilibrio. La apropiación de lo público por parte del gobierno se fractura y la sociedad emerge. No pide permiso, no sigue canales preestablecidos. Simplemente irrumpe. El terremoto de 1985 dio pie al nacimiento de un sinfín de organizaciones sociales en la ciudad que la hicieron más viva. Lo que siguió fue un proceso de cooptación de las mismas, la insistencia en mecanismos clientelares para estructurar la relación de partidos o gobiernos con ciudadanos. Aquel 85 fue un despertar, la puerta de acceso a la pluralidad. Pero no transformó la esencia de la relación gobierno-ciudadanos. Tampoco lo hizo la alternancia de partidos en el poder, 15 años después.
En situaciones de crisis, el gobierno se hace chiquito y los ciudadanos enormes. La pregunta es: ¿qué cambios deberíamos operar para que estas manifestaciones ciudadanas no sean excepcionales, sino un componente central de nuestra política? En los últimos años han proliferado las organizaciones de la sociedad civil que avanzan temas y causas diversas. Su nivel de influencia se ha potenciado y pueden adjudicarse victorias no menores. Pero no han logrado tocar la esencia: la política y lo público siguen siendo propiedad de unos cuantos.
Estamos en el preámbulo de un proceso electoral que se perfila interesante. Se ha conformado un Frente que se autodenomina ciudadano. Sería muy relevante conocer de ellos una propuesta que dé significado a su etiqueta. ¿Qué implica un Frente ciudadano? ¿Qué lo hace distinto a los partidos políticos que lo conforman? ¿Cuáles son los puntos centrales que proponen transformar para darle al ciudadano el espacio que le corresponde en las decisiones y el devenir de lo público en el país?
Nuestra faceta de Mr. Hyde la explica nuestro pasado, la forma en que se forjó el aparato político que organizó a la sociedad y siempre controló su participación. Nuestra faceta de Dr. Jekyll se ha mostrado poderosa, imbatible. Necesitamos encontrar las formas para que se esa energía pueda estar prendida no sólo en las tragedias, sino también en lo cotidiano.
Son treinta y dos años entre los fatídicos 19 de septiembre. Cuánto se ha transformado el país, pero también cuánto le falta por cambiar.