La reforma que podría cambiar este año
Edna Jaime
En las últimas semanas los mexicanos hemos expresado un sentimiento de agravio, en buena medida generado por la corrupción visible y también impune. Detrás del fracaso de una reforma, de una política pública, de un programa gubernamental hay siempre rastros de corrupción.
El ánimo nacional no se recompuso con las fiestas decembrinas. El 2015 inicia sombrío porque las expectativas no son buenas. A pesar de nuestras reformas económicas, una reactivación económica tardará en llegar. Los mexicanos estamos golpeados en nuestros ingresos, no hay perspectiva de mejoría, y lo seguiremos estando en nuestra seguridad, sobre todo en regiones del país que no logran salir de la grave crisis institucional por la que atraviesan. Parece que estamos condenados al inmovilismo. A pesar de tanta reforma, seguimos igual.
Quisiera dedicar estas líneas a plantear lo que podría cambiar nuestro año. Aquello que pudiera tocar nuestras fibras y nos permitiera volver a creer que este país tiene futuro.
El tema no puede ser otro que el de la corrupción. La corrupción siempre ha hecho daño al país, pero hemos llegado a un punto en que es insostenible. En las últimas semanas los mexicanos hemos expresado un sentimiento de agravio, en buena medida generado por la corrupción visible y también impune. Detrás del fracaso de una reforma, de una política pública, de un programa gubernamental hay siempre rastros de corrupción. Como nunca antes, ésta se deja sentir en momentos particularmente difíciles para los mexicanos.
En la Cámara de Diputados se discute una iniciativa para fortalecer las instituciones que tienen funciones de control anticorrupción y construir con ellas un sistema robusto que ataje el problema. Como toda iniciativa, ésta es perfectible, pero se acerca mucho a un diseño idóneo que dotaría al Estado mexicano de las capacidades para prevenir, detectar y sancionar estas conductas. Esta iniciativa goza de un consenso amplio entre especialistas en la materia. Estamos cerca de un planteamiento robusto que goza de un amplio respaldo social. Una condición que hace propicia una reforma prometedora.
Pero lo sabemos, las leyes no cambian la realidad. Ahí está nuestra Reforma al Sistema de Justicia Penal, que ha estado huérfana de liderazgo desde que se promulgó y así le va en su implementación. Una reforma en materia de anticorrupción tendría esa mala estrella, si no tenemos convencidos que la promuevan y la hagan funcionar. Liderazgos que entiendan que el país se puede descomponer mucho más si el problema no se corrige. Y también comprendan que el mejor legado para el país es el fortalecimiento de sus instituciones democráticas entre las que, de manera destacada, se encuentran las de rendición de cuentas y anticorrupción.
Si el Presidente se convence de que esta reforma salva su administración, y empeña su liderazgo en impulsarla, daremos un paso fundamental en la institucionalización del poder en el país. No tengo duda de que una buena reforma anticorrupción nos cambiaría el estado de ánimo en este alicaído principio de año.
La gran pregunta para México en estos momentos es qué podría impulsar a los políticos y funcionarios a tomar la decisión de atarse las manos. Una reforma anticorrupción seria implica eso: imponer límites al poder, institucionalizar prácticas y sancionar desvíos. Como se le quiera ver, es reducir el margen de discrecionalidad de quienes ostentan el poder y la autoridad.
El presidente Peña se muestra convencido en sus discursos de emprender las transformaciones necesarias para combatir el flagelo. En los hechos demuestra lo contrario. Desde una explicación insuficiente respecto al caso Casa Blanca, hasta la iniciativa anticorrupción que presentó en el último tramo del periodo legislativo anterior, que diluye hasta casi dejar vacía la propuesta que se venía trabajando con Acción Nacional.
El 2015 es un año difícil que, sin embargo, puede convertirse en una oportunidad. Depende de lo que el Presidente y los principales liderazgos políticos del país decidan. Pueden continuar haciendo política y negocios como lo han hecho hasta ahora, con la consecuencia de atorar al país y quizá abonar a una crisis profunda en un futuro no lejano (las imágenes de las marchas concurridas y desafiantes de las últimas semanas del 2014 pueden ser juego de niños si la crisis de legitimidad no se detiene). También pueden tomar la decisión de atarse las manos, fortalecer las instituciones de rendición de cuentas y apostar de manera inteligente a la sobrevivencia y no al colapso.
Considero que las reformas de envergadura se construyen cuando confluyen un conjunto de circunstancias: visión, ideas, liderazgo y quizá también un sentido de crisis. En el tema anticorrupción, tenemos una coyuntura que la reclama, tenemos las ideas y está por verse si tenemos liderazgo y visión.
Guardo la esperanza de que, aun con las vicisitudes que nos presenta el 2015, éste será un buen año para México. Para que así sea, los mexicanos tenemos que hacer algo más que observar.