La reconciliación
Edna Jaime
La violencia en el país, en los últimos tiempos, ha sido brutal. Según un informe de la oficina de las Naciones Unidas para las Drogas y el Delito (ONUDD), el incremento de la violencia en México no tiene precedentes internacionales. En estos últimos años, los que corresponden a esta administración, ningún país vio crecer su violencia como lo hizo nuestra nación, ni siquiera países en situación de conflicto armado. Contar muertos se nos hizo costumbre. Me parece que somos el único país del mundo con ejecutómetros, que siendo oficiales o privados, llevan la cuenta de muertes violentas asociadas al crimen organizado en México. Estas muertes, en su abrumadora mayoría, quedaron sin investigarse. Vaya, un número importante de ellas ni siquiera ameritó una denuncia ante los ministerios públicos. Incluso podemos suponer que hubo muertes que no se contabilizaron en ningún registro oficial y otras tantas están acomodadas en la categoría de desapariciones. Los pasados fueron años profundamente difíciles para México. Un episodio que debemos entender para que nunca más vuelva a repetirse.
Como tributo a las vidas que se perdieron, debemos obligarnos a meditar en los componentes de esa violencia y actuar en consecuencia. Sabemos que este fenómeno tuvo (tiene) distintos detonantes, algunos exógenos y fuera de nuestro control, pero otros de los que somos plenamente responsables. Reconocer esto último es nuestra obligación y debe ser la base de políticas públicas renovadas en esta materia. Debemos dejar de sonar los clarines de guerra para plantear la reconciliación. No sólo como componente retórico, sino como eje de políticas públicas concretas.
En los próximos días México Evalúa presentará un estudio sobre homicidios en el país. Su nombre: Indicadores de Víctimas Visibles e Invisibles de Homicidio en México, el IVVIH. Una parte importante del documento está dedicada a la recopilación de información estadística sobre este delito y al seguimiento de tendencias. La línea temporal que se utiliza para el análisis permite seguir su evolución e identificar los puntos de quiebre. También el cambio en su distribución espacial. Todo fenómeno que se quiere entender, primero se tiene que medir y cumplimos en el documento con este requisito. Pero el documento pretende tener un alcance distinto y es producir información que nos permita formular políticas públicas más informadas y específicas. Les llamo políticas públicas de la reconciliación.
En primer término debemos reconocer que la violencia en el país causó daños irreversibles que no alcanzamos todavía a identificar, menos a dimensionar, pero cuya expresión más granular la podemos hallar en la familia, en los deudos de quienes murieron violentamente en estos años. Les llamamos en el estudio las víctimas invisibles y darles atención resulta fundamental para romper el ciclo de violencia que se regenera justo cuando hay descuido. Regiones que han sufrido episodios de violencia como el nuestro en otros momentos, documentan hoy que la exposición a la violencia y a sus estragos tienden a reproducirla, cuando los niños que la sufrieron se convierten en adultos.
En el estudio ofrecemos una estimación de estas víctimas invisibles y su distribución geográfica. Es natural que los estados con muchas víctimas de muerte violenta tengan también muchas víctimas invisibles. Ahí existe un problema potencial si no se actúa. El riesgo de una dinámica de violencia es que se retroalimenta sin fin, si no se interviene oportuna y correctamente. Aunque todavía tenemos mucho que aprender en términos de prevención, la intuición y la evidencia dictan que estas intervenciones y políticas públicas deben proveer capacidades y oportunidades a este grupo de población, para que el crimen y las actividades violentas no vuelvan a ser una opción.
Componente central del estudio, que se alinea con este mismo objetivo, es el intento por construir los perfiles tanto de las víctimas de homicidio, como de los perpetradores. Para ambos, la información pública disponible nos permite conocer edad, sexo, escolaridad y estado civil, entre otros atributos. La información que arroja este análisis es impactante: primero, porque los perfiles de ambos grupos son parecidos. Y porque en ambos casos existen condiciones de precariedad. La abrumadora mayoría de las víctimas de homicidio y de quienes los comenten son hombres jóvenes con un nivel de instrucción elementan (si acaso lo tienen).
Nos hace falta mucho más información para poder construir perfiles completos y robustos, pero es claro que ahí tenemos grupos objetivos que requieren de respuestas más contundentes por parte del Estado y la sociedad mexicana. Acceso a oportunidades y a servicios básicos que puedan cambiarles la vida y junto con la de ellos, la del país.
Ésta es la nueva generación de políticas que necesitamos en materia de seguridad, las que reduzcan la exclusión y nos permitan una cancha más pareja de oportunidades para todos. Mucho tenemos que entender de la espiral de violencia a la que hemos estado expuestos. Lo primero es tener la disposición a entender y ampliar el enfoque. Ojalá que nuestro trabajo contribuya con este propósito.