La política y la técnica necesitan salvar su matrimonio
Por Edna Jaime (@ednajaime) | El Financiero
Es muy recurrente el dicho de que hay que darle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Pienso que se aplica bien a lo que concierne a la política y a lo que toca a las burocracias especializadas (los técnicos). Estos mundos conviven, convergen, se necesitan, pero no son lo mismo. Cuando uno intenta suplantar al otro, tenemos como resultado un aeropuerto como el Felipe Ángeles, en el que todo fue política. O, en el polo opuesto, reformas estructurales que parten de diagnósticos técnicos pero que no tienen el muy necesario trabajo político previo. Cuando no hay sincronía entre estos dos mundos, nosotros, los mortales, sufrimos.
Luis Rubio lo ha descrito de manera clara en sus artículos dominicales en Reforma. Él plantea, por ejemplo, que las distintas olas transformadoras en el país tuvieron poco arraigo popular porque no hubo un trabajo político efectivo que lograra convencimiento en torno a ellas. De alguna manera los tecnócratas se impusieron a los políticos y los ciudadanos no fueron ni considerados, aunque hubiera un genuino interés por beneficiarlos.
La reforma energética de 2013 fue un caso especial. Se logró cuando se conformó la coalición legislativa necesaria para aprobarla. Los ciudadanos primero escuchamos un ‘no’ a ella, luego un ‘sí’, pero nadie nos explicó el cambio de preferencias. Nunca hubo un proceso de comunicación que explicara por qué dicha reforma era necesaria y los elementos que daban vida a un nuevo modelo en el sector, uno sustentado en el mercado, con reguladores que dieran las certezas de piso parejo a nuevos participantes. No sé si hemos tenido la mejor implementación de aquello, pero se trataba de un nuevo modelo, el único que parecía viable para el país en esos momentos, y lo sigue pareciendo.
Lo energético, la infraestructura pública y muchos otros temas nos muestran que es imperativo lograr un buen matrimonio entre la política y la técnica. Ésta es la lección que nos dejan los últimos lustros de la vida pública del país.
Quizá un buen esfuerzo de comunicación hubiera calado entre la población y cimentado mejor la casa del nuevo modelo energético. Hoy está cerca de derrumbarse ante el soplido del lobo, el que sopla todas las mañanas. Y así se van volando las casitas de nuestra precaria modernidad.
Voló también un aeropuerto que tenía más de 30 por ciento de avance, en el que se habían invertido miles de millones de pesos. No hubo argumentos técnicos suficientes para justificar la decisión, porque me temo que no existen. Tampoco hay un solo expediente abierto sobre corrupción, que fue el argumento que el presidente ostentó para su cancelación. Era un aeropuerto con un diseño suntuoso, cierto, pero con una expectativa de retorno tan grande como para sostener eso y mucho más.
Regreso al Felipe Ángeles y al argumento central de este artículo. Este aeropuerto representa un movimiento radical del péndulo, en el que la política lo domina todo. Seguramente hay algún despacho especializado en discursos que lleva la cuenta de cuántas veces se ha mencionado al nuevo aeropuerto en el contexto de un contraste con la corrupción y despilfarro del cancelado. ¿Cientos de menciones? Los mexicanos que siguen al presidente seguramente tienen la certeza de que la construcción del Felipe Ángeles fue una hazaña. No saben que quizá no sirva para resolver el problema público para que el que fue creado, y que el cuello de botella y saturación de la infraestructura aeroportuaria del Valle de México podría persistir, con costos enormes.
En suma, necesitamos encontrar un equilibrio. Lo energético, la infraestructura pública y muchos otros temas nos muestran que es imperativo lograr un buen matrimonio entre la política y la técnica. Ésta es la lección que nos dejan los últimos lustros de la vida pública del país.
En México Evalúa tenemos una propuesta que desde hace años promovemos y es un botón de muestra del tipo de soluciones que requerimos para llegar a tan deseable equilibrio. Se trata de la creación de una instancia pública y técnica que se dedique a planear, evaluar, proponer y preparar proyectos de infraestructura para el país. Una burocracia especializada, como seguramente existe en muchos otros sectores, con un grado de autonomía suficiente para poder aislarse de las presiones de políticos, pero sin cerrarles las puertas, porque trabajan (también) para ellos.
Este órgano técnico debe tener como mandato planear el despliegue logístico y de infraestructura del país, alineado con objetivos de desarrollo. Su función sería hacer diagnósticos, preparar proyectos, asegurar su financiamiento y bajarle a la estridencia o darle un sentido de realidad a los proyectos con los que llega cada nuevo gobierno. Insisto: buscamos el equilibrio. No se trata de cortarle las alas a los políticos soñadores; más bien, de someter sus proyectos a procesos que aseguren un sentido de realidad y valor para el país.
Es evidente que iniciativas como éstas necesitan un perfil político diferente del que hoy ocupa la Presidencia. Las burocracias especializadas, que evalúan la factibilidad de las iniciativas, entre otras cosas, son enemigas de los políticos que lo quieren abarcar todo. El problema es que cuando todo es política, los descalabros suelen ser mayúsculos.
Por eso al César lo que es del César, y a los técnicos lo que les corresponde. Si logramos este equilibrio, estoy segura de que el país puede cambiar. Para bien.