La pandemia y el aumento en la violencia de género
David Ramírez-de-Garay (@DavidRdeG) | Animal Político
(O “Digo A H1N1 para que entiendas, Covid-19”)
Las consecuencias de la pandemia por Covid-19 en nuestra vida diaria –y la forma en que cambiarán las cosas una vez que la hayamos superado– están todavía por revelarse. Sin embargo, ésta es una crisis que, digamos, se superpone a otra que ha atrapado al país desde hace años. Y así cobra forma la interrogante: ¿qué efectos tiene la ‘contingencia’ sobre la inseguridad?
Para responder a esta pregunta hay que pensar en dos tiempos: los efectos durante la cuarentena y lo que permanezca una vez que se comiencen a restablecer las actividades en el país. En este texto atenderé el primer tiempo.
La cuarentena que ya conocimos
No es sencillo tratar de adelantarse a cosas que están en desarrollo. Las medidas que poco a poco se están tomando en México para desacelerar la propagación del Covid-19 sin duda dejarán huella, pero no sabemos si esto modificará los fenómenos delincuenciales. Para acercarnos a una respuesta, primero veamos lo que nos dice la teoría.
La criminología propone que todo evento criminal se explica por la combinación de dos factores en tiempo y espacio: un individuo motivado y una oportunidad. A partir de esta sencilla idea se han desarrollado diversas formas de explicar la criminalidad. La lista va desde la teoría de las actividades rutinarias, pasando por los patrones criminales y el diseño medioambiental, hasta llegar hasta la teoría de la acción situacional. Todas estas explicaciones se pueden catalogar como las teorías de la oportunidad situacional.
El peso específico que cada explicación le da a la motivación, a la oportunidad, al tiempo y al espacio varía. No obstante, todas las teorías requieren que exista un flujo de personas (en tiempo y espacio) para que la oportunidad y la motivación puedan surgir y, por lo tanto, el evento criminal.
De ahí se deriva la pregunta que nos ocupa. Si para contener el contagio se activa una cuarentena, es de esperarse que el flujo habitual de personas cambie paulatinamente. ¿Esto implicaría una modificación visible en la incidencia delictiva? En las condiciones actuales es muy temprano para poder advertir cambios. La única manera que tenemos para ver si esta idea se sostiene es mirar al pasado.
En 2009 el mundo y el país tuvieron que transitar por una crisis de salud pública que generó reacciones similares a lo que estamos viviendo. El 11 de junio de 2009 la Organización Mundial de la Salud calificó a la influenza A H1N1 como pandemia, y México tuvo un papel muy distinto en ella. Los primeros casos se dieron en el territorio nacional y en Estados Unidos desde marzo, y éstos se acumularon rápidamente. Para el 24 de abril se publicó un decreto presidencial que buscaba hacer frente a la epidemia en todo el país.[1]
Las acciones de ‘combate’ frontal al virus se llevaron a cabo del 23 de abril al 7 de mayo de 2009. Además de incrementar los mecanismos de detección y control epidemiológico, la contingencia implicó la prohibición de actividades masivas y la suspensión de clases en todo el país. Se detuvo la actividad laboral en oficinas públicas y se limitaron muchas actividades económicas.
Estas medidas cambiaron abruptamente la cantidad de personas circulando por las calles de los centros urbanos del país. Si regresamos a las teorías situacionales, entonces tendríamos que esperar un cambio en la incidencia, porque es menos probable que se genere una oportunidad criminal cuando la gente está resguardada en su casa manteniendo el contacto social al mínimo.
¿Qué nos dicen los datos?[2]
Para ver si esto se reflejó en los datos recurro a la serie histórica sobre mortalidad del Inegi y a los registros del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP). Me enfocaré en detectar cambios a nivel nacional y, en algunos casos, en la Ciudad de México.
Para detectar cambios usé información, en algunos casos, de entre 2006 y 2010; en otros, entre 2007 y 2011, y busqué cambios en el comportamiento de ciertos delitos durante los 15 días en los que se aplicó la contingencia sanitaria. Cuando se busca detectar cambios en un periodo de tiempo, es necesario remover dos efectos: la tendencia y la estacionalidad. O sea, es necesario descontar el efecto de las tendencias de largo plazo para poder observar la tendencia de corto plazo. De forma similar, se requiere un ajuste de estacionalidad para remover las fluctuaciones regulares que se dan en los datos. Por ejemplo, los accidentes de tráfico son más frecuentes en diciembre porque durante las fiestas decembrinas hay más gente transitando por las ciudades. Con estos ajustes a los datos podremos ver si durante el periodo de interés se registró un cambio inusual en la incidencia delictiva.
El primer delito a analizar es el homicidio intencional. Para ello usé los números absolutos de las defunciones por presunto homicidio intencional que el Inegi registra en sus estadísticas de mortalidad. El homicidio intencional en México es un fenómeno que, independientemente de las razones detrás del evento, requiere del encuentro entre víctima y victimario en un espacio y tiempo específico. Si la probabilidad de que estos dos actores se encuentren se reduce –porque se ha limitado la circulación de personas–, entonces sería de esperarse una reducción en los homicidios. En este caso los datos muestran que, controlando por tendencia y estacionalidad, en efecto se registraron menos defunciones por homicidio intencional, como se muestra en la siguiente gráfica.[3]
Otro delito que podría mostrar una alteración en su patrón son las lesiones dolosas. Menos gente en la calle representa una menor probabilidad de conflictos que deriven en lesiones. En este caso, los datos del SESNSP nos muestran que sí se abrieron menos carpetas de investigación por el delito de lesión dolosa en los 15 días de la contingencia.
Durante la revisión encontré otro delito que mostró un patrón interesante: el robo de vehículo sin violencia en la Ciudad de México. Cuando abruptamente se incrementa el número de autos particulares parados, vehículos que normalmente estarían circulando por la ciudad, y por la gran cantidad de autos que autos que quedan en la calle y sin vigilancia, no sorprende que los robos hayan aumentado.
Sin embargo, este mismo argumento podría explicar el incremento de otros delitos porque, así como el contacto disminuye en ciertos espacios (como en las calles), aumenta en otros (los hogares). En efecto, el creciente número de personas que tienen que pasar más tiempo del habitual dentro de sus hogares genera un nuevo espacio, donde oportunidad y motivo se pueden encontrar para generar un delito. Éste es el caso del robo a casa habitación con violencia que tuvo un incremento en la Ciudad de México. Parece que a las bandas especializadas en este delito no les preocupó gran cosa contagiarse con el virus, ni el mayor riesgo y dificultad que representa robar un domicilio ocupado.
Otro de los efectos esperados a partir del confinamiento en el hogar es el incremento de la violencia intrafamiliar y los delitos asociados a la violencia por motivos de género, en específico, la violencia contra las mujeres.
En la Gráfica 1 vimos que las defunciones por homicidio disminuyeron. Sin embargo, cuando sólo tomamos en cuenta las defunciones que ocurrieron en una vivienda particular, éstas aumentaron, como vemos en la gráfica de abajo. Un comportamiento similar, pero con un crecimiento más pronunciado, se dio en los homicidios de mujeres en viviendas particulares (gráfica siguiente).
Cuando examiné si este comportamiento cambiaba de acuerdo al tamaño de la población, encontré que sólo en los municipios con más de 100 mil habitantes se registró un incremento en los homicidios de mujeres, sin tomar en cuenta si se dieron en vivienda particular o no. Es probable que la violencia asociada al machismo se incremente cuando los hogares confinados se ubican en grandes concentraciones urbanas.
De regreso al presente
Este ejercicio nos muestra que la contingencia de 2009 sí alteró los patrones de algunos delitos. Este resultado sólo es una primera aproximación, para tener evidencia más robusta haría falta un análisis más detallado. Por lo pronto, este primer paso nos sirve para adelantarnos a algunos de los efectos que la situación actual tendrá en nuestra vida cotidiana y en la seguridad de nuestros centros urbanos.
Hace una semana Alejandro Hope reflexionó sobre el crimen en tiempos del Coronavirus y nos adelantó algunos cambios, pero también advirtió que es probable que éstos no sean permanentes. Con este ejercicio podemos reforzar esta idea y recomendar a las instituciones de seguridad que, cuando la cuarentena sanitaria se aplique ampliamente, redefinan sus esfuerzos para atender los “nuevos” patrones que seguramente aparecerán en nuestras ciudades.
De forma específica, se necesita emprender un esfuerzo extra para atender la problemática en la que estamos bajo una perspectiva de género. En tiempos de crisis las desigualdades se afilan por lo que se necesita atender la actual emergencia del Covid-19 con esta perspectiva. La situación atípica en la que estamos entrando no sólo no está exenta de las violencias estructurales que se manifiestan en nuestros hogares, sino que también puede agravarlas. El incremento de la violencia contra las mujeres que detecté en 2009 seguramente se repetirá en 2020. Será necesario atender tanto las denuncias que se generen como ofrecer salidas a las mujeres que tendrán que enfrentar un encierro en hogares con antecedentes de violencia.
[1] Poder Ejecutivo, “Decreto por el que se ordenan diversas acciones en materia de salubridad general, para prevenir, controlar y combatir la existencia y transmisión del virus de influenza estacional epidémi- ca”, Diario oficial, 25 de abril de 2009.
[2] Agradezco a Max Holst su apoyo con el análisis de los datos.
[3] El eje vertical tiene valores negativos porque se removió la tendencia y la estacionalidad. Los datos de una serie de tiempo pueden estar por arriba o por debajo de una línea de tendencia, cuando se les remueve la tendencia los valores se pueden tornar negativos.