La contienda
Por Luis Rubio (@lrubiof) | Reforma
En solidaridad con Carlos Loret
Las contiendas electorales son un poco como campañas militares: se disputa un objetivo, se despliegan las armas y los instrumentos de combate y se busca derrotar al enemigo, en este caso al contendiente. En su biografía sobre Napoleón, Andrew Roberts dice que “una medida de la resiliencia y del ingenio de Napoleón –y de la confianza que todavía tenía en sí mismo– fue el hecho de que, habiendo regresado de Rusia con sólo 10,000 efectivos de su fuerza invasora, fuera capaz en cuatro meses de alinear un ejército de 151,000 hombres para la campaña de Elba y muchas más por venir.” Como en las campañas bélicas, ambas partes se creen destinadas a ganar, pero en materia electoral solo los votos cuentan y cualquiera de las dos puede sorprender.
Las encuestas sugieren que Claudia Sheinbaum ganará la elección, pero en materia electoral y en el último año de un gobierno, máxime uno tan contencioso como el saliente, todo puede pasar. Su campaña, comenzando por el jefe de la misma, no dejan de emplazar armas cada vez más pesadas (las más recientes anunciadas el pasado 5 de febrero), mostrando que ellos mismos no están tan seguros de que las traen todas consigo.
Hay buenas razones para lo anterior. El gobierno que está por concluir su mandato se dedicó a esta sucesión desde el día en que fue inaugurado (de hecho, desde la elección misma), ignorando su responsabilidad de lidiar con asuntos elementales para la ciudadanía, como la seguridad y el desarrollo económico. Dedicado a construir y nutrir una base electoral, se encuentra ahora ante la tesitura de si lo hecho fue suficiente para garantizar el resultado de la votación que desea. Quizá lo logre, pero a un costo elevadísimo. La población le reconoce beneficios importantes en términos de mejoría en el ingreso real de las familias, un logro nada pequeño, pero sin la certeza de que pueda preservarse. Estirar la liga tiene beneficios, pero también riesgos…
El escenario más peligroso para el país sería uno en que cualquiera de las dos candidatas lograra una mayoría abrumadora en las dos cámaras legislativas: incluso una mayoría calificada…
Un triunfo de Claudia Sheinbaum, la candidata morenista, traería al gobierno a una persona que ha mostrado gran capacidad ejecutiva y que cuenta con un equipo mucho más competente y organizado que el de su predecesor. Imposible saber qué haría como presidente, dado que su campaña se ha dedicado a reproducir los dichos y dogmas del gobierno actual. Su biografía sugiere una disposición mucho más acusada para actuar y transformar, pero no es factible derivar conclusiones de ello. De lo que no hay duda es que su éxito dependería enteramente de su capacidad para construir hacia adelante, es decir, abandonar el proyecto del que proviene. Esto no sería algo inusual en materia política, pero no es evidente que le sea claro a ella.
Por su parte, Xóchitl Gálvez es mucho más transparente y directa en su posicionamiento por personalidad y porque no navega bajo la sombra de un presidente tan dominante. Sus instintos yacen claramente en la liberación de las capacidades de la población; en lugar de pretender controlarlo todo, buscaría romper con los entuertos que impiden y obstaculizan el desarrollo de la ciudadanía. Su historia como empresaria y funcionaria muestran una disposición a emprender proyectos y a llevarlos a buen puerto, mientras que su origen y biografía augurarían una clara disposición a enfrentar los factores que preservan la desigualdad en el país. Su principal reto radicaría en comandar bancadas disímbolas que comparten pocos elementos en común.
El escenario más peligroso para el país sería uno en que cualquiera de las dos candidatas lograra una mayoría abrumadora en las dos cámaras legislativas: incluso una mayoría calificada. Este escenario, hipotéticamente más probable de ganar Morena, sería particularmente pernicioso para Claudia Sheinbaum, quien no sólo enfrenta conflictos nuevos y ancestrales dentro de la maraña de intereses contrapuestos que caracteriza a su partido, sino que implicaría que las facciones más extremas se impondrían y que, en aras de avanzar su agenda, le impedirían gobernar. Esta paradoja no es menor como ilustró la nominación de la candidata para la CDMX y de la Suprema Corte.
Faltan muchos meses para que concluya esta faena, periodo durante el cual podrían aparecer innumerables factores que alteren lo que para muchos ya es una certeza. Algunos de esos factores provendrán del presidente en su afán por sesgar el resultado, pero muchos otros serán meramente producto de los altibajos inevitables de un proceso de sucesión que, en nuestro país, siempre entraña tanto el cambio de estafeta como la terminación del poder del presidente saliente.
En el camino, como sugiere el diplomático chileno Gabriel Gaspar, se mostrará a plenitud la incertidumbre y la desconfianza, “dos rasgos que modelan el sentir de amplias mayorías de nuestras sociedades… La incertidumbre para buena parte de la población es muy concreta, pues cada día es más difícil sobrevivir, llenar la olla y, a la vez, cada día salir a la calle es más peligroso.” Y concluye con lo que debiera ser obvio para las contendientes: “Reemplazar la incertidumbre requiere de certezas.”
Mientras tanto, como dice Sowell, “el hecho de que tantos políticos exitosos sean unos mentirosos tan descarados no es sólo un reflejo de ellos, sino también de nosotros. Cuando el pueblo quiere lo imposible, sólo los mentirosos pueden satisfacerlo.”