Incertidumbres

Por Luis Rubio (@lrubiof) | Reforma

Cuando uno lee las novelas de Kafka –El Proceso, El Castillo, La Metamorfosis– no hay forma de evitar la sensación de turbación y fascinación al trascurrir esos laberintos de miedo, ansiedad, incertidumbre, ironía y, siempre presente, el lacerante humor. Quien lea las páginas de los periódicos nacionales o se atreva a ver las mañaneras presidenciales no podría más que concluir que Kafka vive y radica en nuestro país.

México es un caso clínico, en ocasiones patológico, en otros excepcionalmente saludable. Ambas realidades conviven en todos los ámbitos: regiones pacíficas y zonas violentas; economía pujante en algunas comarcas y depresión en otras; escolaridad ascendente y agudo analfabetismo; riqueza sonora y pobreza punzante. México es un mosaico cultural pero también una colección de contrastes benignos y malignos. Lo que funciona en algunas regiones es rechazado en otras, y viceversa. La diversidad es impactante, pero también lo son las disparidades. México es una cosa y la otra, todo al mismo tiempo.

En esta temporada de competencia electoral es fácil caer en frases simples para explicar circunstancias por demás complejas donde por más que quiera un aspirante a gobernar no siempre caben las soluciones que surgen a botepronto. La diversidad, disparidad, desigualdad y complejidad de México tiene que ser atendida con estrategias idóneas no para cada una de estas, sino para el conjunto, pero sin desdeñar la necesidad de crear condiciones para que esas diferencias puedan encontrar cauce de salida. Es igual de ingenuo pretender que lo que constituye una solución para una problemática en Sonora va a funcionar en Chiapas que desarrollar programas específicos para cada situación. Gobernar implica encontrar el justo medio entre lo general y lo particular, punto sumamente difícil de lograr.

La primera gran disquisición tiene que ser de carácter filosófico: pretender controlar todos los procesos o crear condiciones para que cada mexicano encuentre las oportunidades que le son posibles. El primer camino, nuestra historia lo muestra, nos lleva directo al cadalso. El segundo, debidamente estructurado, obliga al gobierno a resolver problemas al tiempo que facilita que la ciudadanía sea productiva y haga suyo el proceso. Resolver problemas para que el progreso sea posible es el camino más directamente conducente al desarrollo.

Los pasados cien años son testigos de una diversidad de intentos, igual limitados que ambiciosos, por lidiar con estos problemas, pero el resultado, en conjunto, no es especialmente encomiable. El gobierno actual intentó una nueva versión de lo mismo –carretonadas de dinero– sin que el país tenga mejor posibilidad de avanzar.

Pero resolver problemas no es un objetivo sencillo. Los problemas de México son vastos y complejos, pero no son novedosos. Al menos desde Andrés Molina Enríquez en su libro Los grandes problemas nacionales, publicado hace un siglo, es claro que México enfrenta una caterva de circunstancias, como desigualdad y pobreza, que no han sido resueltas. Los pasados cien años son testigos de una diversidad de intentos, igual limitados que ambiciosos, por lidiar con estos problemas, pero el resultado, en conjunto, no es especialmente encomiable. El gobierno actual intentó una nueva versión de lo mismo –carretonadas de dinero– sin que el país tenga mejor posibilidad de avanzar. Me pregunto si no será tiempo de comenzar a otear un futuro distinto.

Ahora que nos encontramos ante un cambio de gobierno, sería deseable procurar nuevas maneras de enfrentar las diversas problemáticas que enfrenta el país, a la vez que se apoyan los factores que ya están encarrilados o que pueden funcionar casi por sí mismos. No hay soluciones perfectas ni unívocas, pero sí hay muchas cosas que se sabe que funcionan, en tanto que hay otras que ameritan nuevas maneras de pensar y actuar. La disyuntiva es muy clara: pretender controlar lo incontrolable dada la diversidad y dispersión de la población y la economía o focalizar los esfuerzos y recursos hacia los espacios y poblaciones más susceptibles de transformarse para sumarse al desarrollo.

Los problemas que enfrenta México, como los de otras latitudes, no son incorregibles; en términos técnicos, todo tiene solución. Los problemas son, en el fondo, políticos, porque responden a intereses, ideologías, culturas o preferencias que nada tienen que ver con la naturaleza técnica de la situación. Son esos factores los que diferencian a las naciones en la manera en que encaran, o no enfrentan, sus problemas. Esas diferencias son también los factores que generan certidumbre o incertidumbre.

Visto desde esta perspectiva, la pregunta pertinente sería: ¿cuál es la mejor manera de avanzar un proyecto de desarrollo de largo plazo que además arroje beneficios tangibles en el corto plazo, especialmente en rubros como pobreza, ingreso y crecimiento? Esta pregunta evidentemente supone que el desarrollo es el objetivo, algo que no se puede decir de la administración saliente, pero que sin duda permea el discurso de quienes aspiran a encabezar el próximo gobierno. En este contexto, no sería impertinente preguntar, por ejemplo, si los ataques, burlas y estrategias dedicadas a polarizar por el hecho mismo de hacerlo contribuyen a ese propósito. La polarización empata con un gobierno para el que el desarrollo es más un problema que un objetivo, pero no así para el que desea promoverlo.

En el corazón del dilema que enfrenta México en la próxima elección yace un factor crucial, que es el para qué del gobierno: ¿controlar o promover? ¿generar certidumbre o desconfianza? En esas disyuntivas nos jugamos el futuro.