Hasta cuándo
Por Luis Rubio (@lrubiof) | Reforma
La evidencia de estancamiento económico y retroceso social es abrumadora. Los programas de transferencias sociales, aunque políticamente motivados, no compensan el impacto de la pandemia ni la falta de crecimiento que hemos experimentado en estos últimos años. No es que las cosas estuvieran perfectas antes y de pronto se hayan colapsado, sino que atravesamos por un periodo de constante y sistemático deterioro que es evidente para todo mundo y, sin embargo, parece que estamos en el mundo de Alicia en el país de las maravillas donde todo es al revés. ¿De verdad lo es?
“Una de las lecciones más tristes de la historia, escribe Carl Sagan*, es esta: si hemos sido engatusados por suficiente tiempo, tendemos a rechazar cualquier evidencia de tal engatusamiento. Dejamos de estar interesados en identificar la verdad. El engaño nos ha capturado y es demasiado doloroso admitir, incluso en nuestro propio fuero interno, que hemos sido engañados. Una vez que le cedes a un charlatán poder sobre ti, ya nunca lo recuperas”.
Leía hace poco una historia de la ocupación alemana de Francia durante la Segunda Guerra Mundial; la imagen que queda es la de un deterioro que es evidente, pero frecuentemente imperceptible hasta para observadores experimentados. Los factores que permiten algún grado de bienestar se erosionan, las fuentes de empleo desaparecen, los salarios que de hecho reciben los trabajadores disminuyen (y eso sin contemplar el deterioro en el poder adquisitivo), y el entorno social adquiere un dejo de naturalidad de algo que es todo menos natural. La corrupción florece o, más bien, sigue en todos los ámbitos pero ahora se percibe como comprensible y se justifica como si fuese parte inherente a una pretendida transformación. La presencia de militares en las calles y a cargo de toda clase de proyectos, antes intolerable, súbitamente adquiere un elevado nivel de legitimidad, como si fuese deseable. Discursos pueblerinos en los foros más altos del concierto internacional son alabados, incluso por observadores que sí saben, como piezas de oratoria trascendente, como si se tratara de Demóstenes, Cicerón o Churchill declamando en momentos de extraordinaria emergencia. Lo que antes era inaceptable –y que fue, en nuestro caso, en contraste con el ejemplo de Francia– lo que llevó a la elección de un movimiento que ansiaba atacar estos males, se torna no sólo aceptable, sino normal.
El discurso frente al presidente norteamericano y primer ministro canadiense evoca una burbuja desprendida de la realidad. Sí, el presidente abraza la realidad del TLC y el momento EUA-China, pero eso contradice sus iniciativas…
En un artículo reciente en The Atlantic, Anne Applebaum dice sobre el Talibán que su objetivo no es un floreciente y próspero Afganistán, sino un Afganistán en el que ellos están en el poder y se pregunta ¿cómo es posible tanta impunidad? Esa es la pregunta que los mexicanos tenemos que hacernos.
Y esa es la pregunta que muchos se hicieron hace unos meses y por eso la derrota urbana de Morena. También por eso fue posible una alianza entre partidos disímbolos y otrora competidores. Me queda claro que su legítimo objetivo, como el de cualquier partido político en el mundo, es el poder, pero el pragmatismo que han exhibido no es despreciable, pues demuestra una capacidad de respuesta ante una realidad de deterioro que les representa, evidentemente, una oportunidad.
Nada más lejos de mi espíritu que defender al “viejo orden” que supuestamente Morena desmanteló con eso de que “vamos bien”. Quien me haya hecho el favor de leerme en las pasadas décadas sabe que creo en un orden liberal tanto en lo económico como en lo político, pero que lo que teníamos antes estaba lejos de ese paradigma: los objetivos confesos eran esos, pero la realidad distaba mucho de ser así. Pero al menos teníamos, primero, espacios de libertad que el gobierno actual acota día a día y, segundo, la mitad geográfica (más o menos) del país avanzaba de manera sistemática. Nada de eso justifica la falta de oportunidades que ha caracterizado a los chiapanecos, oaxaqueños y otros tantos mexicanos por siglos, pero el pretendido éxito actual consiste en que todo mundo pierda. El viejo y desigual orden ahora sigue siendo desigual, pero peor para todos. Valiente progreso.
El discurso frente al presidente norteamericano y primer ministro canadiense evoca una burbuja desprendida de la realidad. Sí, el presidente abraza la realidad del TLC y el momento EUA-China, pero eso contradice sus iniciativas (electricidad, transparencia), donde se retrocede en materia de globalidad minuto a minuto, una globalidad, no sobra decir, que constituye, en la forma de exportaciones, la principal fuente de crecimiento e ingresos con que cuenta el país.
Un gobierno de oportunidades perdidas, la más grande de las cuales es la de no corregir, vaya, ni siquiera pretender enfrentar, los males que llevaron al gobierno actual a su triunfo electoral de 2018. Como el Talibán, todo era sobre el poder, no sobre los males verdaderos que aquejan al país.
“El hecho crucial, dice Sowell, es que es mucho más fácil concentrar poder que concentrar conocimiento”. Sobre la concentración de poder no hay duda; sobre la mejoría en el bienestar o calidad de vida de los mexicanos tampoco. Menos cuando una de las características de nuestro tiempo es la destrucción de conocimiento que permita acabar con la impunidad. La evidencia es contundente; ahora sólo falta que desaparezca el autoengaño.
* Carl Sagan, The Demon-Haunted World: Science as a Candle in the Dark.