“Espejito, espejito: ¿quién es el más bonito?”
El presidente puede estar siendo víctima de su propia popularidad. Al mirarse en el espejo de las encuestas que miden sus niveles de aprobación, ve reflejada la imagen de un hombre que está haciendo las cosas medianamente bien. Su aprobación es todavía alta. Ha perdido puntos por el propio desgaste de conducir al Gobierno, pero nada que indique una erosión que le meta una sacudida y lo haga recapacitar. Por ello, el presidente puede estar desestimando el torbellino que están generando las crisis económica y sanitaria, en conjunción con los males que ya nos afectaban. El espejo de la aprobación le puede estar creando una ilusión.
La semana pasada Signos Vitales, una nueva organización conformada con el propósito de dar seguimiento a indicadores clave de nuestra realidad, presentó su más reciente informe. Es un trabajo muy valioso porque hace el primer corte de caja sobre la pandemia y sus repercusiones en lo sanitario, lo económico y lo social. El reporte tiene el mérito de darnos un golpe en seco, para que comencemos a entender las repercusiones de lo que vivimos. Porque perdemos perspectiva desde la condición del privilegio en la que algunos estamos al contar con un empleo, un ingreso asegurado, la posibilidad de trabajar en casa y el acceso a lo necesario para hacer llevadera esta cuarentena eterna.
El país está enfrentando uno de lo shocks más fuertes en su historia, y el presidente sigue jugando en su mismo tablero imaginario.
El reporte nos pone de frente a la realidad de quienes están perdiendo mucho, o lo están perdiendo todo. Con un matiz importante: nos hace ver que estas pérdidas eran evitables o al menos mitigables. El Gobierno federal mexicano ha sido de los más pichicatos y desentendidos en cuanto a programas de ayuda. Otros gobiernos en el mundo entienden lo que está en juego y hace uso de instrumentos disponibles, o los crean, para hacerse presentes de manera positiva en la vida de las personas cuando más lo necesitan. Entre dogmas, perjuicios y una fe resistente a pruebas en sus propios instrumentos, el Ejecutivo federal sigue apegado al proyecto definido al inicio de su administración. El país está enfrentando uno de lo shocks más fuertes en su historia, y el presidente sigue jugando en su mismo tablero imaginario.
Así nos lo hizo saber en abril, cuando los mexicanos, expectantes a su mensaje, necesitábamos escuchar sobre las medidas que desplegaría para enfrentar la crisis. No hubo un planteamiento de medidas excepcionales —como las circunstancias lo pedían—, sino sólo la receta con los mismos remedios: sus proyectos prioritarios y nuevas rondas de austeridad para financiarlos.
Pero hay un mundo aparte del manual de uso oficial. El reporte de Signos Vitales da cuenta de los estragos económicos de la crisis. Pérdida de empleos formales —se estima que de febrero a mayo, fueron más del millón—; colapso de ingresos: uno de cada tres hogares mexicanos observó una reducción del 50% o más de sus ingresos entre febrero y marzo, y esto se repitió en mayo. Casi 40% de los hogares reportan que uno o más de sus integrantes perdió su empleo o alguna fuente de ingreso. También reporta que ya hay hogares que sufren de inseguridad alimentaria; ingieren menos alimentos que antes, y esta ingesta puede estar por debajo de lo necesario.
Existen otros efectos que amplían las brechas de desigualdad. En el tema educativo se esperan deserciones de las niñas y jóvenes de familias de menores ingresos. Las repercusiones de la brecha digital se están intensificando: los servicios educativos en línea están cerrados para los hogares que no tienen acceso a internet.
Por falta de una intervención correcta y oportuna, los gobiernos, el Gobierno federal en particular, están provocando que los efectos de esta crisis dual —sanitaria y económica— se hagan profundos, duraderos, y que dejen entre nosotros huellas difíciles de borrar. Nos va costar mucho tiempo recuperarnos. ¿Cómo va la economía a recuperar su marcha si la inversión pública y privada está en niveles históricamente bajos, y no existe la intención de recuperarla?
Además de lo que esto implica en términos de bienestar para las familias mexicanas, también tendrá repercusiones políticas. El presidente no alcanza a percibirlo porque está, como dije al principio, embelesado con su imagen en el espejo. Pero políticamente habrá una reacción, no tengo duda. En el pasado, nuestras crisis económicas fueron catalizadoras de cambios políticos. Las devaluaciones tuvieron una repercusión en las urnas. Los imponderables naturales, como el temblor de 1985, trajeron nuevas formas de organización política y social.
¿Qué nos traerá la covid-19 en la política nacional? Espero que más participación social, organización comunitaria, exigencia de mejor política y políticas públicas. No quiero pensar en la alternativa: opciones mesiánicas que pretendan que a golpe de voluntad se arreglan las cosas. Más de lo mismo, pero del otro lado del espectro político. Hagamos lo necesario para que no sea así.