El voto a cambio de qué
A casi una semana de la elección se ha hecho suficiente análisis para concluir que la jornada fue competida y, bajo ciertos parámetros, también exitosa. Los mexicanos sí tenemos una expectati-va cuando emitimos una preferencia a través del voto. Para muchos es el único medio de expre-sión y son pocas las oportunidades para hacerlo. Por eso no se desperdicia. La conclusión, en fin, no es menor: el voto sí tiene una repercusión en la distribución del poder en el país.
Pero más allá de este efecto tangible, la pregunta es qué se hace con el poder y la autoridad adquirida a través del voto. Nuestro voto a cambio de qué.
La pregunta no es ociosa. Jonathan Furszyfer, investigador de México Evalúa, elaboró un estudio en el que mide la intensidad de la competencia electoral en los municipios de aquellos estados que tuvieron elección para gobernador. En este trabajo da cuenta que, en la gran mayoría de ellos, la lucha en urnas es intensa, lo mismo que la alternancia de los partidos en el poder. Con excepciones, claro. Algunas entidades siguen marcadas por la hegemonía de viejo cuño.
Es paradójico, entonces, que esa alternancia no haya afectado de manera significativa las condiciones en las que viven sus pobladores en temas esenciales. El ancestral atraso de estados como Guerrero y Chiapas, o la descomposición institucional y social como la que se presenta en Michoacán, no se han resuelto con la alternancia. Hasta ahora la competencia electoral no ha producido mejores gobiernos en términos generales. Ése es el acertijo.
El ciclo virtuoso de la democracia se rompe en algún punto. La amenaza latente de un voto de castigo o de aval no es lo suficientemente potente para influir en el desempeño de los gobiernos. Algo nos falta para que el ciclo se complete de manera efectiva.
Luis Rubio da en el clavo al afirmar que no hemos acabado de institucionalizar el poder en el país. Hemos resuelto de manera razonable la disputa por el poder a través de elecciones competidas, pero no hemos desarrollado los mecanismos para controlarlo una vez en funciones. El ejercicio del poder sin control invita al abuso. El ejercicio de poder sin mecanismos para llamar a cuentas, se descarrila. Ejemplos tenemos de sobra.
Nuestra atención, sin embargo, sigue concentrada en lo electoral. Existen llamados a abrir de nuevo este expediente porque siguen existiendo resquicios, en nuestra normatividad y en la práctica electoral, por el que se cuelan conductas inaceptables. Podemos reformar por vigésima vez nuestra legislación electoral. Pero esto no va a resolver el otro lado de la ecuación: la institucionalización del ejercicio del poder.
Visto desde esta perspectiva, las reformas en materia de transparencia y anticorrupción cobran especial relevancia. Por lo que significan en sí mismas y por sus implicaciones en la institucionalización política del país.
La reforma constitucional en materia de corrupción supone el robustecimiento de cuatro instancias clave del Estado mexicano que ejercen funciones de control político y administrativo. Las reformas en materia de transparencia prometen garantizar de mejor manera el derecho de acceso a la información de los mexicanos y, con ello, abrir la puerta al control ciudadano del poder. De tener un buen aterrizaje, estos dos paquetes de reformas darían robustez a los mecanismos de rendición de cuentas con que contamos y que son acompañantes indispensables de una democracia que funciona.
Muchos nos preguntamos qué sigue después de esta elección. Cómo interpretará el gobierno federal el mensaje cifrado en las urnas. Si habrá una lectura autocomplaciente o agudeza para entender sus implicaciones. Francamente no espero un vuelco en la manera de hacer las cosas de esta administración, me conformaría con que no entorpezcan, y al contrario impulsen, los procesos legislativos pendientes para que estas reformas se completen y puedan instrumentarse. Que su mayoría en la Cámara baja sea un instrumento de transformación y no la cuña que la detenga.
Una especial consideración amerita el triunfo de El Bronco a la gubernatura de Nuevo León. Para hacer realidad su eslogan de campaña: “La raza paga, la raza manda”, se necesita más que su voluntad. Se precisa de la construcción de contrapesos efectivos y mecanismos de rendición de cuentas funcionales. Un proceso de institucionalización del poder, al fin y al cabo.
El ejercicio del voto genera expectativas. Motiva un recuento de las numerosas luchas para hacerlo efectivo. También un recordatorio de que tenemos una agenda extraviada de transformación política que debemos recuperar.