El tema hacendario: buena trama, mal desenlace
La evolución de la hacienda pública en estos últimos años es un buen reflejo de esta administración. Inició con grandes planteamientos y termina con grandes aprietos.
Edna Jaime (@EdnaJaime) / El Financiero
Si el lector lo recuerda, en 2014 se planteó una reforma fiscal que daría el soporte financiero al gobierno federal para lanzar proyectos de infraestructura y programas de protección social sin precedentes. El gasto público se concebía como una palanca de promoción económica pero también de beneficios sociales. Por lo menos así se presentó el intercambio a la porción de la sociedad mexicana que debía soportar una mayor carga tributaria, el componente primordial de aquella reforma fiscal. Una reforma recaudatoria.
A la distancia, podemos constatar que este intercambio fue disparejo. La recaudación se incrementó de manera muy importante por efecto de un alza en las tasas impositivas y mayor eficacia en la recolección, pero los aspectos prometidos como contraprestación no se cumplieron. Pesaron las inercias, la política como criterio de asignación presupuestal y un marco deficiente de gobernanza del gasto público. Una lección importante se derivó de ello: más dinero en manos del gobierno no implica más crecimiento o mayor bienestar. Puede ser lo contrario.
Pero más importante que lo anterior, el manejo financiero y fiscal de esta administración nos enseñó que las finanzas públicas son vulnerables cuando las toma alguien con un laxo sentido de responsabilidad. Si creíamos contar con un andamiaje institucional que las protegía de estos riesgos, descubrimos que tal expectativa no era real. Los candados en la ley de presupuesto y responsabilidad hacendaria no son contención suficiente, sobre todo cuando el legislativo renuncia a su función de contrapeso.
También en estos años aprendimos que el ejecutivo puede maniobrar a diestra y siniestra en el curso del ejercicio presupuestal, haciendo adecuaciones a lo aprobado por el legislativo sin límites ni reglas, pero también con poca obligación de rendir cuentas. La implicación de lo anterior es monumental. Sin temor a exagerar se puede decir que estamos a merced del buen juicio de quien conduce las finanzas públicas en el país. Si acaso, los mercados y el banco central son el verdadero contrapeso.
Por eso creo que una tarea clave en los trabajos legislativos en los próximos meses debiera ser el pasar a examen el marco institucional en que se toman decisiones presupuestales en el país. El refuerzo de mecanismos de control y contrapeso, candados más resistentes para asegurar el equilibrio fiscal, más transparencia, parecen absolutamente necesarios ante la incertidumbre de quién ocupará la titularidad de la Secretaría de Hacienda en el próximo sexenio.
La incertidumbre en los resultados es la esencia de procesos democráticos. Pero la incertidumbre en materia de manejo económico es un elemento que ahuyenta el progreso. Para poder vivir con la incertidumbre de la democracia tenemos que asegurarnos de contar con los mecanismos que eviten que quien llegue al poder pueda ser arbitrario, particularmente en lo que atañe al manejo de las finanzas públicas. Este debería ser nuestro foco antes de que concluya esta administración.
Por ahora creo que se conjura el escenario de crisis de fin de sexenio. El proyecto de presupuestos de egresos plantea el remedio (aunque todavía insuficiente) a los desajustes en que incurrimos en los últimos años. Lamentablemente el costo es enorme. Uno esperaría que el presupuesto del último año se destinara a consolidar proyectos, a hacer valer promesas, a asentar la herencia de una administración. El del 2018, será uno paralizante. Un freno de mano abrupto. Menos mal que el costo se asume en la a administración propia y no se le hereda al sucesor.
Tal como sucedió en otros ámbitos, el arranque de este gobierno en materia hacendaria fue prometedor; el cierre es poco más que decepcionante. Todavía le quedan catorce meses. Ojalá que la responsabilidad y el buen juicio impere. Porque como esta misma administración nos enseña, las cosas siempre se pueden poner peor.