El milusos
El trabajo es una fuente de desarrollo y autoestima, no de desperdicio ni de desprecio, como implica la aseveración de la candidata morenista de que no es necesario trabajar porque el gobierno debe subsidiar a todo mundo
Luis Rubio (@lrubiof) | Reforma
El milusos es una de las caracterizaciones más certeras, y a la vez atrevidas, del mexicano que no tiene otra más que trabajar para ganarse la vida. Héctor Suárez le dio vuelo al término con su película, a la vez drama y crítica social: la enorme capacidad de adaptación del mexicano frente a la adversidad que produce nuestra estructura socioeconómica. El término muestra una realidad muy profunda del mexicano: su búsqueda de soluciones, su rechazo a la imposición y, para lograrlo, su extraordinaria creatividad.
En los tempranos ochenta, una embajadora europea en México me contaba que había ido a conocer las pirámides de Teotihuacán. En el camino, observó un fenómeno que contradecía todo lo que había aprendido en los materiales de preparación que le había provisto su ministerio del exterior, donde caracterizaban al país como una nación socialista. Ella anticipaba una población conformista y timorata. Lo que se encontró, literalmente desde que avanzaba por Insurgentes hacia Indios Verdes, fue la población más emprendedora que jamás había visto: no había esquina en que no encontrara vendedores de dulces, revistas, refrescos o, ya entrando a la zona de las pirámides, comerciantes de artesanías y juguetes alusivos del más diverso tipo.
La creatividad del mexicano se nota en todos los aspectos de su vida, pero sobre todo en su afán por salir adelante, para lo cual trabaja más horas que sus equivalentes en otros países especialmente las naciones de la OCDE: un testamento tanto a la disposición a trabajar, como a nuestra pésima organización socioeconómica, que produce tan bajos niveles de productividad. Las diferencias en la naturaleza y calidad de los sistemas educativos y de salud, así como de una mayor inversión en infraestructura en otras naciones de la OCDE, se traducen en mucho más elevados niveles de productividad.
Otra manera de decir esto es que el mexicano tiene una enorme propensión a procurar formas innovadoras de crear, resolver problemas y emprender. Los mexicanos en Estados Unidos tienden a crear empresas con gran celeridad porque atisban oportunidades e intentan convertirlas en realidades para su mayor bienestar. Tanto allá como acá, la clave radica en que nadie les ha resuelto la vida de antemano.
El mexicano trabaja porque no tiene de otra, pero casi siempre lo hace sin instrumentos idóneos o con instrumentos poco propicios para ser exitosos, especialmente la inadecuada y pobre educación que el sistema educativo le provee. A pesar de ello, su actitud y disposición no se merma por el hecho de que sus habilidades e instrumental son pobres en comparación con otras nacionalidades. Trabajan y hacen su mejor esfuerzo por hacerla en la vida, pero, sobre todo, trabajan para generar riqueza, sin la cual ningún gobierno tendría qué repartir.
En sentido contrario, cuando un gobierno opta por regalar dinero para que la gente no tenga que trabajar, impide la creación de riqueza e inhibe el desarrollo de las personas. Desde luego, no todos los trabajos son igualmente deseables, remunerativos o satisfactorios, pero todos contribuyen al desarrollo de las personas y, por lo tanto, de las familias y de los países. Eliminar el incentivo a trabajar implica destruir la esencia de la vida y, consecuentemente, de la nación.
Al inicio del siglo XX, Argentina era una de las naciones más ricas del mundo, comparable con los europeos o estadounidenses de la época. La combinación de recursos naturales, una población fundamentalmente de clase media y una disposición al trabajo llevaron a la consagración de una nación exitosa. Cien años después, el perfil de Argentina es muy distinto, con un rango de producto per cápita muchísimo más bajo. Una de las principales razones de esa caída fue el desincentivo a trabajar y a crear riqueza que se incorporó en la estrategia peronista de subsidiar a trabajadores y mujeres, niños, adultos mayores, desempleados y personas que se retiraron luego de apenas unos cortos años de trabajo. Cuando la gente no tiene necesidad de trabajar porque el gobierno la subsidia de manera sistemática, el país comienza a venirse abajo.
Es en este contexto que es tan peligroso y pernicioso el planteamiento que recientemente hizo la candidata de Morena, Claudia Sheinbaum, respecto al trabajo y a la función del gobierno en esa materia: “No es cierto, es falso, de que si no se trabaja entonces no se puede tener un buen nivel de vida. Eso es el discurso del pasado. Aquí el gobierno, el Estado mexicano, tiene que apoyar.” Una cosa es “apoyar” a adultos mayores que ya no tienen posibilidad de contribuir a la vida productiva y otra muy distinta es subsidiar a todo mundo porque el trabajo no es importante. Eso implicaría no sólo que depender del gobierno es una virtud, sino que, además, las personas no tienen derecho a desarrollarse. Peor, que el trabajo no es una forma de progresar, realizarse y contribuir al desarrollo personal, familiar y nacional.
Es obvia la razón por la que la morenista piensa así del trabajo: como dijo Porfirio Díaz, “Perro con hueso en la boca ni muerde ni ladra.” Pero, más allá de crear clientelas, Gertrude Himmelfarb tenía una idea más apropiada sobre el asunto: “El trabajo, si no sagrado, es esencial no sólo para el sustento, sino para la autoestima.”