El fracaso telegrafiado de la campaña contra las drogas
David Ramírez-de-Garay (@DavidRdeG) | El Sol de México
El 17 de marzo, Jesús Ramírez Cuevas, coordinador de Comunicación Social de la Presidencia, presentó la nueva etapa de la Estrategia Nacional contra las Drogas, bajo el nombre: “En el mundo de las drogas no hay final feliz”. Videos testimoniales de usuarios de drogas, mensajes positivos de deportistas y material audiovisual sobre los ingredientes que se usan para elaborar los estupefacientes, son las principales herramientas del relanzamiento de la campaña.
¿A qué responde el ‘ajuste’? A que la estrategia del Gobierno federal no ha caminado bien. Poco menos de un mes le tomó al propio López Obrador hacer su propia evaluación y aceptar que la estrategia “no pegó”. Y no pegará, ya que el problema está en la concepción misma de la estrategia. Veamos.
El 29 de octubre de 2019 , durante la mañanera, un reportero le comentó al presidente que su estrategia era muy parecida a Just Say No –la emblemática campaña que impulsó Nancy Reagan en los 80 en Estados Unidos–, que “no paró la incidencia de adicciones”, en palabras del interpelante. López Obrador le respondió: “No se puede extrapolar, o sea, decir: ‘Allá no funcionó, aquí no va a funcionar’. Son circunstancias distintas, son realidades distintas”.
La campaña a la que se hizo referencia tuvo como uno de sus principales productos a D.A.R.E. (Drug Abuse Resistance Education), un programa con extendida presencia en los EU de 1983 a 2009. La idea detrás era generar un currículum de pláticas y clases con estudiantes para desincentivar el uso de drogas, alcohol y tabaco entre adolescentes y mejorar la relación entre la policía y las comunidades. D.A.R.E se expandió como el fuego (apoyado por una agresiva campaña mediática), y rápidamente se comenzó a aplicar en más del 70% de escuelas de ese país.
D.A.R.E. se enfocó en informar a los jóvenes sobre los daños de las drogas y no en la forma en que los jóvenes toman la decisión de consumir drogas…
El programa se convirtió en un producto de exportación y para el año 2000 se desarrollaba en más de 40 países en el mundo, incluyendo México. La primera aplicación del programa fue en Tijuana en 1990, y hasta la fecha se continúa implementando en varias partes del país.
Además de funcionar como un caso de estudio sobre la propagación de políticas públicas a escala internacional, el programa representa un claro ejemplo de que el éxito mediático de una campaña no garantiza que vaya a incidir en el problema originalmente enfocado. Y es que las evaluaciones que se fueron acumulando con el paso de los años mostraron que no alcanzó a modificar la probabilidad de que un adolescente usara drogas.
¿Cómo es posible que un programa con tanto apoyo no haya tenido impacto? La respuesta es sencilla: en su versión original participaron oficiales de policía y maestros, no especialistas en prevención. Pero el problema no es tanto quién estuvo involucrado, sino el peso que tuvo la evidencia en su diseño. Ahí es donde hizo agua el D.A.R.E., porque se enfocó en informar a los jóvenes sobre los daños de las drogas y no en la forma en que los jóvenes toman la decisión de consumir drogas.
La evaluación y la evidencia –en su contra– fueron tan importantes que en 2003 se inició una revisión del programa. Como resultado, en 2013 se diseñó uno nuevo, para que los cursos no fueran sobre las drogas, sino sobre la toma de decisiones a partir de ejemplos reales. El nuevo objetivo era ayudar a los jóvenes a tomar mejores decisiones, pero en todos los aspectos de su vida y no sólo con respecto al consumo de drogas. Las evaluaciones del nuevo modelo han mostrado que este cambio sí ha tenido efectos en la vida de los jóvenes.
¿Y en nuestro país? ¿Volveremos a escuchar en un par de meses que la campaña no pegó? No lo sabemos, lo que sí sabemos es que destinar recursos públicos a programas que no están apoyados por la evidencia lleva al fracaso y este puede ser el caso de la Estrategia Nacional contra las Drogas.