Dejemos que los números hablen

Edna Jaime

El secretario de la Defensa Nacional dijo, palabras más palabras menos, que el problema de la violencia e inseguridad en el país sigue siendo tan grave que representa un problema de seguridad interior que rebasa las capacidades de las instituciones civiles para contenerlo y resolverlo.

En los últimos días dos visiones de lo que ocurre en el país en materia de seguridad y violencia parecen confrontarse. Por un lado, algunos analistas y funcionarios gubernamentales afirman que alcanzamos la cúspide en materia de violencia,  sobre todo aquella asociada a asesinatos relacionados con el crimen organizado. Y cuando las manifestaciones de un fenómeno llegan a su cima existen dos opciones: o permanecen en ella o se inicia un descenso que puede ser continuo.

Las visiones optimistas nos ubican en ese proceso descendente. Esta interpretación de la realidad de violencia en el país, sin embargo, fue desafiada por las declaración del general secretario de la Defensa Nacional en el discurso que ofreció en la celebración de la Marcha por la Lealtad. En sus palabras, el general secretario dibujó un panorama nada halagüeño de nuestra situación. Sus afirmaciones fueron fuertes e inequívocas. Dijo, palabras más palabras menos, que el problema de la violencia e inseguridad en el país sigue siendo tan grave que representa un problema de seguridad interior que rebasa las capacidades de las instituciones civiles para contenerlo y resolverlo. No hubo en sus palabras un solo desliz de complacencia ni de victoria. Sin duda entre las declaraciones del general secretario y el de algunas autoridades y analistas hay un abismo interpretativo que nos deja más confundidos: estamos mejor, ¿sí o no? Después de echarle un ojo a las estadísticas delictivas podemos contestar con un nada contundente: sí pero no. Lo explico.

A un nivel muy agregado, las cifras del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (en adelante el Sistema) reportan una disminución de 1% en el número de delitos denunciados entre 2010 y 2011. Reducción casi imperceptible, pero al final de cuentas reducción. Cuando este dato se desagrega por tipo de delitos, resulta que la mejoría relativa se convierte en un deterioro importante en crímenes de alto impacto. En el curso del último año, el homicidio se incrementó en 8%, el secuestro en 3% y el robo en casi 2 por ciento. Estos crecimientos son mucho menos aparatosos de lo que atestiguamos en años anteriores. Pero si consideramos que los niveles de los que partimos son de suyos muy elevados, el que sigan creciendo no puede menos que alarmarnos.

Ahora bien, si la desagregación la realizamos por entidades federativas, nos queda un mapa variopinto. Estados en profunda crisis comienzan a ver mejoras en algunos indicadores. Chihuahua, por ejemplo, vio disminuir el homicidio en 20% en el periodo: de tres mil 806 homicidios dolosos pasó a tres mil 39. El número sigue siendo altísimo, pero se registra un claro descenso. Lo mismo ocurre con el secuestro que descendió 50% en la entidad. El Distrito Federal, según reportan las cifras del Sistema, registró también una reducción en todos sus delitos, lo mismo que el estado de Hidalgo. Pero de la mano de estos casos que nos alientan, existe un grupo de entidades que preocupa por el ascenso vertiginoso en la incidencia de algunos delitos.

En homicidios, destaca el caso de Nuevo León cuyo número más que se duplicó al pasar de 828 en 2010 a dos mil tres en 2011 (141.9% de crecimiento). Otras entidades con ascensos importantes fueron Guerrero (44.9%); Coahuila (69.2 %);  Colima  (77.4%) y Puebla (49.2 por ciento).

En materia de secuestro, el último año fue particularmente difícil para Tamaulipas con un incremento del 193%, Veracruz con 253%, Tabasco 189%, San Luis Potosí 263% y de nueva cuenta Nuevo León con 183 por ciento. En balance: unos cuantos estados mejoran, pero otros más se deterioran sensiblemente.  Y en el agregado acabamos peor en los delitos ya mencionados.

Arribo a esta conclusión haciendo uso de una base de datos oficial que sabemos sólo refleja una porción menor del fenómeno delictivo. Detrás de estos números se encuentra un bulto muy cargado de delitos que nunca se denunciaron. La ENVIPE, la encuesta victimológica que INEGI levantó el año anterior, nos da un retrato del fenómeno delictivo mucho más completa y también en ascenso.

Me gustaría mucho sumarme al optimismo de quienes ven en algunos números los signos de un cambio irreversible de tendencia. Lo que a mí me dicen las cifras es que estamos todavía en una situación crítica y que no tenemos todavía suficiente evidencia que nos indique que estamos en una ruta  de franco descenso en materia de violencia y criminalidad. Celebro que ciudades y entidades golpeados por la criminalidad empiecen a ver la luz y no tengo deseo más profundo de que esto sea permanente. Desafortunadamente los números hablan por sí mismos y a mí me dicen que el país siguen en crisis y que hay mucho por hacer.