Con la marca de la pandemia en la frente
Por Edna Jaime (@ednajaime) | El Financiero
La pandemia todavía no termina, pero ya es tiempo de mirar dónde nos dejó parados, en distintos aspectos. Lo deseable es que se hiciera un balance objetivo de la forma en que se gestionó la emergencia en este país. Obtendríamos así un elemento básico de rendición de cuentas y de responsabilidad política. Pero sabemos que en México esas cosas no suceden, y menos ahora que el Legislativo ha decidido subordinarse totalmente al Ejecutivo y que la información se limita cada vez más.
Existen trabajos académicos y analíticos independientes que señalan el cúmulo de desaciertos en el manejo de la emergencia, sobre todo en sus primeras fases, y que también reconocen las fallas crónicas de nuestro sistema de salud. Estos dos elementos crearon una tormenta perfecta que a su paso se llevó la vida de miles de mexicanos. No tenía por qué ser así.
Nos tenemos que hacer cargo de las consecuencias de la pandemia. Las hay en todos los ámbitos, para bien y para mal. Algunas de ellas fueron muy profundas, tanto que pudieron haber cambiado nuestro devenir colectivo e individual. El futuro de muchos de nosotros se cifró quizá en esos meses de encierro.
Lo digo porque hay mexicanos que acaso llevarán la huella de la pandemia en la frente durante toda su vida. Porque la crisis sanitaria tuvo un efecto acentuado sobre ciertos grupos de la sociedad. Lo digo así porque empiezan a publicarse estudios sobre sus repercusiones en asuntos tan importantes como el aprovechamiento escolar y el acceso a los servicios de salud de calidad: los dos componentes más importantes para formar capital humano y forjar un futuro.
En el ámbito educativo perdimos la brújula antes de que nos llegara el shock sanitario. Se desmanteló una reforma educativa que, aunque no carecía de problemas, planteaba un derrotero: que las niñas y jóvenes aprendieran más. Las evaluaciones estandarizadas mostraban que nuestros niños y niñas no tenían un aprovechamiento adecuado en el salón de clases, y que existían marcadas brechas de aprendizaje entre niveles de ingreso y entre regiones.
Me preocupa mucho que estemos en una coyuntura definitoria para muchas personas y para el país y que no lo podamos reconocer, menos reaccionar.
El presidente López Obrador canceló tal reforma y quizá una oportunidad de mejorar la formación de nuestros jóvenes. Sin brújula, la pandemia ha zarandeado al sistema educativo público y a sus educandos.
No conocemos las repercusiones de la pandemia en los aprendizajes de niñas y jóvenes mexicanos, porque no tenemos aún un proyecto para hacer este diagnóstico. Estudios diversos nos adelantan lo que encontraremos: pérdida de aprendizajes por efecto del confinamiento, que afecta desproporcionadamente a estudiantes de familias de bajos recursos. A ellos les pega por partida doble: conectividad muy limitada y padres con educación insuficiente para poder apoyar en el hogar.
Escuché a la economista Nora Lustig hablar sobre un estudio en marcha que estima el porcentaje de alumnos que no terminarán la educación secundaria por los efectos de la pandemia. Son los jóvenes menos favorecidos los que quedarán fuera de manera mayoritaria. Pero hay más: estos rezagos tendrán un impacto en los ingresos y en la trayectoria laboral de estas personas. Si no hacemos algo para compensar el impacto, estamos condenando a estos cohortes a permanecer en la pobreza. Una vez más.
En el tema de la salud la pandemia nos agarró con los dedos en la puerta: un sistema público mal financiado históricamente, con problemas de estructura y operación, y una transición muy mal planteada en los esquemas de financiamiento y atención de la población abierta (me refiero al ‘paso’ del Seguro Popular al Insabi). A esto habría que agregarle un subejercicio del gasto en salud en los primeros años de la administración y un esquema de gestión de compras y de distribución de medicamentos totalmente fallido.
Se están realizando ejercicios de diagnóstico de las capacidades de los sistemas para atender choques como el que tuvimos (no es la primera ni será la última pandemia), pero también del impacto en la atención de otros padecimientos. Por lo que se ha alcanzado a indagar, debemos prender todas las alarmas.
En el IMSS un total 8.74 millones de consultas dejaron de ofrecerse por el efecto de desplazamiento que ocasionó la pandemia. Esto coincide con la información que ofrece Coneval sobre la cantidad de personas que tuvieron que hacer uso de servicios privados (los que se ofrecen en farmacias, frecuentemente) ante la falta de opciones en el sistema público. Un gasto de bolsillo que los empobreció.
Me preocupa mucho que estemos en una coyuntura definitoria para muchas personas y para el país y que no lo podamos reconocer, menos reaccionar. En el Presupuesto 2022 no hay rastros de que esto sea siquiera una preocupación menor para el Gobierno federal. Con la inacción estamos sellando la suerte de miles de mexicanos que llevaran la marca de la pandemia en la frente.