Comenzar por lo importante
Edna Jaime
Ahora que empezarán a circular propuestas de candidatos y partidos de cómo sacar al país adelante en los próximos seis años, es importante estar atentos a sus diagnósticos y sus prescripciones.
El PRI puede recuperar la Presidencia en 2012 y seguramente muchos imaginan que con ese triunfo retomaremos una senda de orden y crecimiento para el país. Después de dos administraciones que fallaron en darle a México un impulso decidido al desarrollo, no es difícil añorar los tiempos en que México gozaba de una estabilidad envidiable y un crecimiento que por periodos fue “milagroso”.
Pero conjeturar que el regreso del PRI por sí mismo dotará de más eficacia al actuar gubernamental es engañoso y falaz. Primero, porque se asume que el país no ha cambiado en estos años y se presupone que el PRI sigue siendo esa máquina superpoderosa del pasado.
Ninguna de las dos premisas es cierta en la actualidad. De ganar, el PRI retornaría a Los Pinos sin los instrumentos y mecanismos que le permitieron gobernar en el pasado (un PRI sin el PRI) y en un contexto de pluralidad y dispersión del poder, que no tienen precedentes en nuestra historia reciente. Por eso, suponer que el retorno del PRI resolverá nuestros problemas es tanto como suponer que su derrota en 2000 abriría las puertas a la democracia plena en el país. Desafortunadamente, nuestro problema es más profundo y complejo.
En realidad, lo que México requiere es un entendimiento cabal sobre la problemática política que le aqueja. Nuestro problema no sólo es de personas y partidos, sino de la manera en que estamos organizados para gobernarnos, tomar decisiones, cobrar impuestos, ejercer el gasto, aplicar políticas públicas. Tenemos un problema de gobierno fundado en un problema de instituciones y arreglos disfuncionales. Y todavía más grave: tenemos un estado de cosas que se reproduce porque así conviene a muchos. Un verdadero nudo. Puede llegar el PRI, el PAN y el PRD y si estos temas no son atendidos seguiremos dando vueltas sobre el mismo círculo.
Hace algunos años se planteó una propuesta que al poco tiempo pereció, como lo hicieron muchas otras reformas que resultaban indispensables para el país: la idea de que necesitábamos una reforma de Estado para luego hacer posible y operable una agenda de reformas estructurales para el país.
Aquella intuición, desde mi punto de vista, no estaba errada. Difícilmente podremos elevar el desempeño del gobierno si no atacamos de fondo los problemas que producen ese resultado.
De aquel planteamiento ambicioso sólo se recuperaron algunas piezas que fueron retomadas en la iniciativa de reforma política del presidente Calderón. Después de transitar por los laberintos del Legislativo, ésta fue desprovista de sus elementos más potentes y quedaron algunos mecanismos que facilitan la relación Ejecutivo-Congreso, pero que no resuelven los problemas de disfuncionalidad de nuestra forma de gobierno. Del planteamiento grandilocuente, acabamos apenas con migajas.
La temporada electoral apenas empieza y no hemos tenido esbozos de cuál es el entendimiento de los partidos y candidatos en contienda sobre este tema particular. Sabemos por declaraciones y posicionamientos que al PRI, más precisamente a su candidato presidencial, le interesa gobernar con una mayoría, ya sea obtenida en las urnas o creada artificialmente a través de mecanismos legales, como la llamada cláusula de gobernabilidad. Ciertamente una mayoría haría posible impulsar una agenda, pero no resolvería nuestro problema de fondo si no se entiende de qué está hecho y si no se plantea un curso de acción para resolverlo.
Si el próximo gobierno no llega preparado con una agenda para darle forma a lo amorfo de nuestra estructura política, y, más importante, si no llega con una estrategia política para avanzar una agenda de cambios en este ámbito, correrá la misma suerte que los gobiernos panistas que le antecedieron. En la vorágine de la administración cotidiana se perderá la mira de lo importante y seguiremos pretendiendo avanzar sobre una base de gobierno que genera incentivos muy perversos y resultados muy pobres. Intuyo que el país no podrá cargar con seis años más de mediocridad.
Por ello, ahora que empezarán a circular propuestas de candidatos y partidos de cómo sacar al país adelante en los próximos seis años, es importante estar atentos a sus diagnósticos y sus prescripciones. Si no hay un entendimiento cabal de nuestro problema político e institucional, seguramente no habrá una agenda que pueda ser exitosa y operable en la próxima administración.
Suponer que el retorno del PRI borrará nuestro problema de gobierno y la ineficacia de nuestra democracia de un plumazo es no entender la nueva realidad del país.