Cambio de régimen, sí, pero ¿qué y cómo?
Tuvimos alternancia, libre comercio y aprobamos grandes reformas estructurales. Pero nada de eso hizo que México progresara y creciera a tasas elevadas, ¿un cambio de régimen lo logrará?
Edna Jaime (@EdnaJaime) / El Financiero
Los que saben de elecciones nos dicen que es muy temprano para anticipar resultados de los próximos comicios. Y coincido plenamente. Pero estamos muy a tiempo para comenzar a discutir ideas, proyectos, visiones de país. Este es el momento para hacerlo. Más adelante la lógica de la competencia misma llevará a que se abaraten las propuestas; a que se ofrezca el salario rosa o el nirvana, sin considerar lo verdaderamente importante para el país.
Lo singular de este periodo preelectoral es la concurrencia de nuevos actores no partidistas interesados en competir por el poder. También es novedoso el ánimo por construir una coalición o un Frente Amplio entre distintos actores que pudiese llegar a ser competitiva en la próxima contienda.
Pero a mi parecer lo más interesante es la orientación que adquiere el debate sobre lo que el país necesita.
El planteamiento de algunos de estos actores es hasta cierto punto radical. Para ellos lo que el país necesita no es un ajuste en las políticas públicas vigentes o un mero cambio de personas en el poder. Postulan que lo que se requiere es un cambio de régimen político. Si miramos nuestro pasado reciente, es fácil entender el porqué.
Por años escuchamos que México necesitaba sacar al PRI de Los Pinos para recrearse y progresar. Tuvimos alternancia y el PRI regresó al poder.
Por años nos dijeron que el país necesitaba abrirse al mundo, vincularse comercialmente con el vecino norteño y así se hizo con enormes dividendos. Pero no crecemos a tasas elevadas ni resolvemos el rezago de regiones y de muchos mexicanos.
Por años nos prometieron que las reformas estructurales elevarían la productividad de la economía mexicana y esto traería bienestar. Las reformas se hicieron con resultados excepcionales en algunos casos y mediocres en otros, pero en el agregado la productividad sigue estancada.
También se ha insistido en que reformas puntuales en materia de transparencia, de fiscalización y de controles al ejercicio del poder, resultarían en gobiernos más responsables. Hemos avanzado en las reformas y estamos en espera de resultados. Pero como nunca la percepción sobre corrupción es generalizada.
Frente a esto, parece evidente que necesitamos algo más que un cambio de paquete de políticas públicas o una nueva legislación en este u otro tema. Hace sentido el argumento de que necesitamos un cambio de régimen. Pero para avanzar en ello necesitamos precisarlo.
Por lo que he escuchado, para algunos, cambio de régimen significa un gobierno de coalición o, inclusive, una mutación de nuestro sistema presidencialista en uno semiparlamentario. Otros postulan cosas más atrevidas, pero no por ello más aterrizadas. Cambio de régimen es quitar privilegios a la clase política y empoderar al ciudadano. Para otros más significa retomar la agenda inconclusa de transformación democrática. Así de abstracto.
De lo que estoy cierta es que a este planteamiento un tanto incipiente se le pueden dar contenidos sumamente potentes, si realmente generamos un debate y un entendimiento de lo que un cambio de régimen implica. Así, podríamos plantear la agenda que nos faltó en el 2000, cuando la candidez nos llevó a pensar que la salida del PRI de Los Pinos tenía ese calibre. Una agenda en esta dirección podría tener un poder de atracción y tracción importante: convocar a una mayoría de mexicanos a favor de esta agenda.
¿Qué umbrales debemos traspasar para que efectivamente se registre un cambio de régimen? Sería deseable contar con una respuesta. Así como identificar las palancas con las que debemos maniobrar para la consecución del objetivo. Planteo algunos temas básicos: competencia electoral pareja; mecanismos de representación ciudadana efectivos; controles al poder; contrapesos políticos revitalizados; rendición de cuentas real. La lista puede ser amplia, pero los puntos clave no son tantos.
Si en este proceso electoral pudiéramos posicionar este tema y abrir la discusión que hace tiempo cerramos, le estaríamos dando una oportunidad al país. La alternativa es más de lo mismo o, peor, la restauración del pasado. Así la disyuntiva.