Cambiar la conversación
Son bien reconocibles los tres tiempos en los que se estructuró el informe presidencial. Lo que no es del todo claro es el hilo conductor que cose los distintos componentes del discurso. En un primer momento el Presidente reconoce un problema, el más importante de los que nos aquejan desde mi punto de vista, la crisis de confianza que es patente en el ambiente.
En un segundo tiempo el mandatario se desvincula de su diagnóstico inicial para ofrecer una numeralia que prueba que México está en marcha. En el tercer y último tiempo, el jefe del Ejecutivo nos ofrece una interpretación binaria de las opciones que tiene el país para su porvenir y nos alerta del riesgo de optar por una salida falsa. En esta secuencia, el corolario del discurso no es consecuente con el diagnóstico inicial. No hay un planteamiento para resolver el problema que identifica.
La confianza es el crédito que otorgamos a una contraparte con la expectativa de recibir algo a cambio. Si el intercambio es positivo, ese crédito se extiende. En caso contario, se agota. Y los mexicanos hemos recibido menos de lo esperado, por años. Ese crédito se está extinguiendo. Y el Presidente lo sabe. En dos mensajes consecutivos, lo ha colocado en el centro de sus preocupaciones. Pero no ha habido en consecuencia un planteamiento que busque remediarlo. Una agenda, una acción, que renueve nuestras expectativas, el voto de confianza al que he hecho referencia.
El Ejecutivo federal sigue apegado al script que definió desde la inauguración de su mandato. Éste consiste en empujar una serie de reformas económicas y de otra índole que permitirían al país crecer. Esta oferta, sin duda, recogió los apoyos suficientes que le dieron la victoria. Una oferta de eficacia de la que fueron deficitarios sus antecesores. Una primer muestra de esa capacidad fue la exitosa promoción del Pacto por México y las reformas legislativas asociadas a ese amplio acuerdo. Así se dio impulso a una segunda ola reformadora en la historia reciente de México. Una plataforma que permitiría al partido y el grupo en el gobierno regresar al esquema que les funcionó por tantos años: eficacia a cambio de su permanencia en el poder. A diferencia de la primera ola reformadora de los años 90, esta segunda no provocó expectativas desmesuradas entre los mexicanos, pero tampoco las resistencias infranqueables que se anticipaban. En el mismo sentido, no han atraído inversión en los montos deseados y la economía sigue en atonía. La oferta central de esta administración no se está materializando y difícilmente lo hará en los años siguientes. Lo contrario es más factible. Las condiciones del entorno internacional, la caída del precio del petróleo y el pobre desempeño del mercado interno auguran años de estrechez y dificultad económica. La apuesta no puede seguir cifrada sólo en esta carta.
En su mensaje de mitad de mandato, el Presidente dio pie para iniciar una nueva conversación. Para cambiar los términos de nuestro debate. Las primeras líneas de su discurso reconocieron que el problema de México no es sólo de pobreza, de falta de crecimiento y de una justicia que es muy injusta. El problema es de confianza. De erosión de lo básico, de lo que posibilita el ejercicio del poder con legitimidad, de lo que permite que una colectividad actúe cohesionada. El problema es que al final de su discurso nos ofreció más de lo mismo. Reconoció una nueva enfermedad pero no cambió la prescripción original.
Por muchos años nuestra conversación ha estado centrada en las reformas estructurales que al país le hacen falta para desatar su potencial. Con esta administración hicimos un nuevo intento. Lamentablemente ni en la primera ni en la segunda fase estas reformas han transformado a México de la manera esperada. En ambos momentos, las reformas tocaron sus límites porque hay un problema subyacente que no se ha querido abordar y tiene que ver con el poder y la política y no la economía. Tiene que ver con los límites al poder y con la legalidad, con el Estado de derecho en resumidas cuentas.
En todos estos años el crédito que depositamos en nuestros gobernantes ha venido menguando. Decrece con cada nuevo abuso, con la ilegalidad con la que algunos se conducen, con la corrupción en todos los niveles y con la violencia que ejerce el propio Estado sin consecuencias. Nuestro desazón tiene este asidero y no inicia con esta administración.
Al final de su discurso el Presidente nos advierte de las salidas falsas a las que podemos recurrir por nuestro desencanto. Ojalá que más que una advertencia se atreva a establecer las condiciones para restaurar la confianza. Ojalá se anime a cambiar la conversación.