Babel en Glasgow: ¿fue la COP26 puro blablá?

Por Miriam Grunstein

Una lectura (nada erudita) de lo sucedido en Babel, en el Génesis, es que alguna vez todas las criaturas humanas vivimos unidas por un mismo entendimiento, un solo lenguaje. Esto así fue hasta que unos arquitectos bíblicos pretendieron erguir una torre que alcanzara lo infinito y llegara a Dios. Al ver esto, el único y verdadero arquitecto del universo nos impuso una lección implacable: ahí mismo congregó a la raza humana y multiplicó nuestras lenguas para causar confusión y desentendimientos insoportables. Fue por la discordia que nos desperdigamos por el mundo.

¿Glasgow fue Babel? Como saben, uno de los objetivos torales de la vigésimosexta Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP26), llevada a cabo en Glasgow, Escocia, fue la elaboración de una estructura de implementación del Acuerdo de París, en particular de su artículo 6, que se refiere a los mecanismos de mercados de carbono y otros temas financieros.

Que lo sucedido en la Conferencia todavía esté tan fresco dificulta su entendimiento público. La información ha salido a cuentagotas, con percepciones y conclusiones distintas, incluso contradictorias. Como en Babel, muchas de las conclusiones sobre si la COP26 fue un éxito o un fracaso se centraron en el lenguaje de lo acordado. Como veremos, hubo momentos de tensión extrema, en los que las partes pelearon por la inclusión de una palabra u otra. Es interesante ver el impacto que tuvo, por ejemplo, la palabra “desaparición” cuando se trató de llegar a un acuerdo sobre el uso de los combustibles fósiles y el carbón. Los países productores de hidrocarburos e India no dejaron de disparar hasta que en la redacción final quedó, en lugar de “desaparición”, la “disminución gradual” de estas fuentes contaminantes de energía.

Que las palabras tengan un impacto en las relaciones humanas es notorio; que la COP26 sea un ejemplo de la fuerza del lenguaje y de sus implicaciones para el futuro del planeta es fascinante. Mucho del desgaste anímico y mental que pudimos observar en el transcurso de la negociación del Pacto Climático de Glasgow giró en torno a las palabras. Tan es así que Greta Thundberg aseveró que el Pacto era sólo verborrea. Y así lo dijo: puro “blablablá”. Entonces, en lugar de Pacto de Glasgow ¿debería llamarse Pacto de Blabel? Veamos.

¿Blablablá?

En lugar de hacer otro resumen más del COP26, subrayaremos algunas palabras que, para unos, marcaron el éxito, mientras que para otros condenan al planeta a su destrucción antropogénica. Es importante advertir que aún no contamos con una traducción oficial de la Conferencia, y que la que presentamos aquí es la nuestra, del inglés.

  • El documento aspira a limitar el incremento de las temperaturas globales a 1.5° C por encima de los niveles preindustriales. Este es el quiddel Pacto y, sin embargo, no es más que una aspiración, al igual que la Torre de Babel.
  • Otro punto sobresaliente del nuevo acuerdo es la petición de que los países “revisen y fortalezcan” sus planes climáticos para 2030, los cuales deben ser presentados en 2022. Antes del Pacto, la fecha de presentación era 2025, lo cual hacía inviable la restricción de un aumento en la temperatura global. Ojo: se trata de una petición, no de un deber. Tal vez Greta tenga algo de razón.
  • Se ha destacado el llamado a acelerar la reducción gradual de los combustibles contaminantes (carbón, hidrocarburos), que también aplica a los subsidios ineficientes a los combustibles fósiles. El lenguaje de este compromiso se debilitó a última hora, cuando India requirió que se redactara una “reducción gradual” en lugar de una “eliminación gradual”, durante la sesión plenaria del sábado 12 de noviembre. Como sea, es importante apuntar que, por primera vez en un texto de una COP, se mencionan los combustibles fósiles con todas sus letras, y se les atribuye una gran parte de los efectos de la crisis climática.
  • El Pacto expresa un profundo pesar por el incumplimiento por parte de los países ricos en aportar, a lo largo de 2020, 100 mil millones de dólares destinados a fondos para la adaptación y mitigación de los impactos negativos del cambio climático en los países más pobres. El texto requiere a los países desarrollados que entreguen estos fondos “de manera urgente” para 2025. Apreciamos que el pesar sea profundo, claro, pero por desgracia no se vincula con algún mecanismo capaz de inducir a los países más desarrollados a cumplir con sus urgentes compromisos de financiamiento.
  • Una afectación importante a los países en desarrollo derivó del rechazo a un compromiso de pago por “pérdidas y daños”, derivados de los fenómenos meteorológicos extremos causados por las grandes naciones contaminantes. A ello se opusieron vehemente la Unión Europea y los EEUU. Aquí no hubo matices lingüísticos. La compensación por “pérdidas y daños” fue borrada del mapa.
  • El texto exhorta a considerar una reducción del 30% en el metano, un gas de efecto invernadero (menos potente en comparación con otros hidrocarburos) en el transcurso de la próxima década. Este compromiso devino del consenso entre cerca de 100 países que pactaron con EEUU y la Unión Europea. Aunque el lenguaje es tibio, exhortativo, el acercamiento de tantos países es digno de encomio.

No, no todo fue Blabel en Glasgow

Un logro de importancia fue la finalización de la reglamentación del Acuerdo de París, de la cual deben mencionarse:

  • La creación de nuevas reglas sobre transparencia: a partir de este momento, los países parte deberán informar cada dos años sobre sus emisiones de gases efecto invernadero y los avances logrados en cuanto a su reducción. Esta información debe arrojar luz sobre el grado de cumplimiento de los países respecto de sus promesas climáticas.
  • Se hace un reconocimiento expreso de la importancia de los pueblos indígenas, las comunidades locales, los jóvenes, los niños, los gobiernos locales y regionales, además de otras partes interesadas, para enfrentar y solucionar la crisis climática. Unos podrán decir que es mera retórica; otros que es positivo que el tema se subraye en la mesa de discusión.
  • Un punto de consenso fue la creación de un mercado internacional de emisiones[1], el cual fue de los temas menos controvertidos dentro de los círculos industriales y políticos. Las empresas que asistieron a la COP26 se manifestaron a favor de este mecanismo. Fortune reportó que Ignacio Galán, el CEO de Iberdrola, declaró estar “más que encantado” si en Glasgow prosperara por fin un mercado internacional de emisiones, que complemente los regionales. Sin embargo, es importante resaltar que la noción de la circulación comercial de estos certificados es mucho más liviana que aquélla de un impuesto global al carbono. Además, tal parece que aún se trata de un modelo inmaduro, con muchas aristas técnicas, y que además es voluntario. Así, no sorprende que algunos actores del sector expresen estar “encantados”.

¿Y México?

Nuestro país se sumó a la propuesta de que los países ricos compensen a los pobres por su vulnerabilidad climática. También apoyó el acuerdo de reducir las emisiones globales de metano en un 30%. Esto es llamativo, pues en México se persiste en intensificar el uso de combustibles fósiles. Una muestra es la construcción de la refinería Dos Bocas, que para colmo está situada en Paraíso, un municipio tabasqueño de alta vulnerabilidad climática. Para sumar incongruencias, el Gobierno de Andrés Manuel López Obrador no ha cejado en sus embates contra las energías verdes. La reforma a la Ley de la Industria Eléctrica y ahora la iniciativa de reforma constitucional que pretende eliminar (no reducir) los proyectos de generación con renovables no son coherentes con el discurso de la delegación nacional en la COP26.

Por otra parte, llama la atención el apoyo de México a las iniciativas de reforestación y protección de la biodiversidad. De nuevo, la incoherencia. ¿Cómo se debe interpretar la construcción del Tren Maya, el cual ha sido criticado por diversas organizaciones nacionales e internacionales por sus efectos potencialmente devastadores en los ámbitos forestal y la biodiversidad?

Todo el mundo es Territorio Blabel

Estamos frente a un fenómeno de calentamiento global. Esto debe abrirnos los ojos a la complejidad del reto. En la COP26 participaron 200 países con 25 mil asistentes. Grupos mucho menores no se logran poner de acuerdo en nada; imaginemos lo arduo que tuvo que haber sido (y seguirá siendo) que tantas personas con orígenes, intereses, idiosincrasias culturales y lenguajes distintos hayan acordado algo. En nombre de la humanidad, bienaventurados sean los Blabilonios de Glasgow.


[1] El comercio de derechos de emisión es un instrumento de mercado diseñado para incentivar la disminución de emisiones contaminantes. Su diseño lleva el propósito de crear incentivos económicos de manera que dicha reducción se produzca de forma costo-efectiva.