Antes y después
Por Luis Rubio (@lrubiof) | Reforma
La ‘coronacrisis’ se va a convertir en una gran excusa para el desastre económico que estamos viviendo, pero no va a cambiar la naturaleza –o existencia misma– del problema. La cloaca ya está abierta.
Para ilustrar el fenómeno, pensemos por un momento en el famoso avión presidencial: el objetivo manifiesto era deshacerse del avión, para lo cual se inventó una rifa que no estaba vinculada al artefacto. El proceso le ha dado ingentes oportunidades al presidente para exprimir el tema a más no decir, sin duda una genialidad política, excepto por un pequeño detalle: llegará el momento, en septiembre próximo, en que se acabe la rifa, pero el avión seguirá ahí, con la misma obligación de llevar a cabo los pagos de renta y mantenimiento. O sea, la rifa y el circo, no habrán resuelto el problema generado por el propio presidente. El problema seguirá ahí.
Lo mismo ocurre con la economía: independientemente de la crisis causada por el virus –que ya está contrayendo la actividad económica, creando una verdadera recesión en 2020– no hay nada en el horizonte que haga posible que la economía se recupere una vez pasado el trauma. Las razones que han mantenido paralizada a la economía no van a alterarse con el virus, antes o después, aunque sin duda se verán agudizadas en el camino.
La mejor manera de describir lo que viene es con la denominación de “tormenta perfecta”: un gobierno que de entrada alienó a la inversión privada; ausencia total de estrategia de desarrollo; riesgo en el suministro de energéticos; caída en los precios del petróleo; y un gran gasto gubernamental improductivo, a expensas de rubros presupuestales críticos, que ha paralizado a sectores como la construcción. Cada uno de estos factores estaba presente antes de que apareciera el virus en el espectro y (casi) todos son responsabilidad del gobierno. Ahora se vienen a sumar factores externos que modifican el panorama para mal: la recesión que causa el enclaustramiento; la caída en las remesas, producto de la contracción de la economía americana, especialmente en las industrias de servicios en que se concentra mucha de la mano de obra mexicana; reducción de las exportaciones debido a la menor demanda de automóviles, electrodomésticos y demás; y una creciente presión sobre las finanzas públicas por la diversidad de demandas de gasto que la propia crisis está generando y, por lo tanto, en el tipo de cambio.
Desde luego, nadie puede culpar al gobierno de la crisis sanitaria, pero, como dice el dicho, se trata en realidad de llover sobre mojado porque la economía ya iba mal antes de comenzar esta faena.
Desde luego, nadie puede culpar al gobierno de la crisis sanitaria, pero, como dice el dicho, se trata en realidad de llover sobre mojado porque la economía ya iba mal antes de comenzar esta faena, innecesariamente profundizada por no haber atendido las causas de la recesión previamente existente. En una palabra, la economía ya iba de picada cuando circunstancias externas aceleraron su contracción. En este sentido, es obvio que el presidente va a culpar al coronavirus de la recesión, pero eso no resolverá el problema de fondo ni contribuirá a una pronta recuperación una vez que concluya la crisis inmediata.
La crisis exhibe la cloaca, tanto la que ya existía como la que el presidente descubrió sin proponérselo. La cloaca que ya existía es la que le hizo ganar la presidencia pero sobre la cual, lamentablemente, no ha hecho nada por eliminar: me refiero a la corrupción. Esta es producto de una de las características de nuestro sistema legal y político porque le otorga enormes poderes a las autoridades (a todos niveles) para decidir quién gana y quién pierde, lo que abre ingentes oportunidades para corromper. Como además nunca se persigue la corrupción, la impunidad reinante la potencia de una manera inexorable. El hecho de que el presidente “purifique” en lugar de castigar a funcionarios corruptos no hace sino sedimentar esa práctica ancestral. En otras palabras, el gobierno no ha hecho diferencia alguna en materia de corrupción: habrán cambiado los nombres (como es usual), pero la práctica persiste. Las causas siguen ahí.
La cloaca que destapó el presidente no es nueva, pero es mucho más trascendente porque cancela el crecimiento futuro. La inversión privada fluye siempre que existan condiciones propicias para que ésta prospere y esas condiciones se resumen en la existencia de reglas claras a las que se apega el gobierno y la certeza de que se van a cumplir. Es decir, todo se remite a la confianza que genera el gobierno hacia quien está arriesgando sus ahorros y su capital. En adición a lo anterior, los gobiernos del mundo se desviven por atraer a los inversionistas por medio de la construcción de infraestructura, mejorando el entorno regulatorio y fiscal, así como allanando el terreno para facilitar el proceso. Desafortunadamente, el gobierno actual rechaza de entrada estas premisas y ha hecho todo lo posible por negarlas, razón por la cual no logrará atraer inversión en el resto del sexenio.
Por si algo faltara, la destrucción institucional que ha tenido lugar, que podría parecer peccata minuta, ha eliminado mecanismos que, por dos o tres décadas, sirvieron para crear el espejismo de que México había cambiado y ahora se empeñaba en crecer si bien, desde 2018, con mayor equidad. El gobierno actual tiene otros planes, que no son compatibles con el desarrollo.