¿Año de Hidalgo a mitad de sexenio?
Por Edna Jaime (@ednajaime) | El Financiero
No sé de dónde provenga la expresión, ni si tiene algo que ver con el prócer de la Patria. Lo que sí sé es que se usa para referirse al último año de gobierno, cuando el poder del presidente está disminuido y se dan los espacios para que, quienes pueden, se sirvan con la cuchara grande y roben sin miramientos. En efecto, entiendo al Año de Hidalgo como la consecuencia del poder menguante por parte presidente, cuando los controles y la disciplina se relajan como parte de un ciclo sexenal de gobierno.
En los años de Presidencialismo fuerte, el debilitamiento de la figura implicaba una especie de recreo. Sin los mecanismos de control y disciplina en plena forma, la corrupción permitida se convertía en corrupción sin freno. Y este ciclo se repitió por años. Dudo que haya mejorado con los gobiernos de la transición.
Éste es el meollo del tema: no logramos trasladar algunos atributos de la Presidencia mexicana a instituciones bien establecidas en el ecosistema de la rendición de cuentas. Debo aclarar, sin embargo, que en eso estábamos, tratando de fortalecer instituciones, cuando irrumpió este Gobierno con un muy fuerte discurso anticorrupción. Vean la paradoja, en lugar de que el presidente López Obrador buscara fortalecer la rendición de cuentas y la reducción de la corrupción a través de las instituciones dispuestas para ello, las ignoró. Pretendió ilusamente que podría utilizar los mecanismos de las presidencias fuertes, cuando éstos ya se habían desvanecido. Por más afán centralizador, el presidente López Obrador no los puede emular. Eran una cosa muy seria y muy bien armada, que acabaron como acabaron…
Yo me pregunto si el presidente López Obrador realmente quiere controlar la corrupción o, como sus predecesores, sólo quiere modular o arbitrar el acceso a ella, para afianzar su poder y dar vida a un proyecto político ulterior. Porque sinceramente no hay otra manera de entender que limite e intimide a instituciones que deberían ser instrumentos para su causa. Sus principales aliados.
A la Auditoría Superior de la Federación la domesticó. Cuando se atrevió a presentar sus cálculos sobre el costo de la cancelación del Nuevo Aeropuerto de la Ciudad de México, el presidente reaccionó con tal encono que intimidó al auditor, que se hizo chiquito ante el primer grito del presidente. Ahora, en sus Planes Anuales de Auditoría, se va por la tangente: sin tocar los puntos álgidos para esta administración. El presidente, tal cual, marginó al órgano superior de fiscalización del Estado mexicano. ¿Podemos creer que está atacando a la corrupción?
Las condiciones para el Año de Hidalgo están abiertas desde ahora. El presidente mismo las ha generado. No es tan poderoso como los presidentes del pasado, y no tiene los instrumentos para el control de la corrupción, porque él mismo los ha despreciado.
Con la Fiscalía Anticorrupción de la FGR podemos decir algo parecido: grandes expectativas, pocos (¿nulos?) resultados. Éste sería uno de los bastiones del ataque a la corrupción, según el diseño del Sistema Nacional Anticorrupción. Sería la instancia encargada de llevar casos bien sustentados a tribunales, para que los infractores, que tenían por costumbre quedar impunes, sufrieran una consecuencia. La Fiscalía existe, pero no trabaja. Tiene a una titular de primer nivel, que ha sentirse frustrada por el poco margen de acción que le da el fiscal general y por la carencia de recursos. Créanme, esta Fiscalía no tiene con qué hacer su trabajo. Con esta evidencia debería quedar claro para cualquiera que la lucha anticorrupción del presidente es de chocolate.
El resto e las instituciones que tienen funciones anticorrupción están de vacaciones. Sin ninguna presión para ofrecer resultados. En algunos casos, como el del INAI, el presidente los tiene respondiendo a sus agresiones, en lugar de avanzar su mandato. Díganme si tiene sentido que el paladín anticorrupción quiera cerrar las puertas a la transparencia.
Lo que el presidente debe asumir es que todo esto se le va a revertir. Las condiciones para el Año de Hidalgo están abiertas desde ahora. El presidente mismo las ha generado. No es tan poderoso como los presidentes del pasado, y no tiene los instrumentos para el control de la corrupción, porque él mismo los ha despreciado. El peor de los mundos.
Esta semana nos mostró lo que puede venir en los siguientes años: información que implique a sus más cercanos en actos de corrupción. La información provendrá de sus propias huestes, así serán de ingratos, una vez que esté abierta del todo la carrera por la sucesión. La política es un cochinero, y las patadas por debajo de la mesa no van a respetar los designios del presidente. Esto, junto con el trabajo de un periodismo activo y de vigilancia por parte de las organizaciones civiles, favorecerá lo que es realmente inevitable: que casos de corrupción salgan a la luz.
En la medida en que poder del presidente mengüe, por efecto del ciclo sexenal, estos casos se van a multiplicar. El presidente se dará cuenta entonces de que su gobierno no estaba integrado por ángeles, sino por personas de carne y hueso que responden a las circunstancias. Implícitamente él les dio permito para el mal actuar.
El corolario: para evitar los Años de Hidalgo en cualquier momento de la administración se deben cerrar las oportunidades a la corrupción y fortalecer a las instituciones para que las detecten y sancionen cuando se dan. Nada que sea ciencia oculta para quien nos prometió lo que no estaba dispuesto a realizar.