Entre el anhelo y la realidad
Edna Jaime / El Financiero
El segundo fin de semana de octubre ha sido uno de los más violentos en el país. Se cometieron, al menos, 104 asesinatos de acuerdo con notas de periódicos locales. La mayoría no ocuparon las primeras planas porque en este país la violencia se ha normalizado: ya no es noticia.
El caso más alarmante durante ese fin de semana fue Guanajuato, donde 15 personas perdieron la vida en hechos violentos; le siguieron Baja California y Veracruz con 11 homicidios cada uno; mientras que en Jalisco y Oaxaca 10 personas fueron asesinadas, respectivamente. De modo que estamos todavía muy lejos de saber hasta cuándo México podrá recobrar la paz.
El fracaso de la estrategia de seguridad en los últimos años radica en su enfoque reactivo, centralizado y militar. El resultado, si la tendencia se mantiene, es que México cierre este 2018 con un nuevo récord histórico de homicidios: 35 mil 054. Éste será el punto de partida del próximo gobierno y el reto es monumental.
La semana pasada, a petición expresa de Andrés Manuel López Obrador, la bancada de Morena en la Cámara de Diputados dio un nuevo paso en la ruta para modificar la estructura del Gobierno federal y presentó una propuesta de reforma a la Ley Orgánica de la Administración Pública Federal para crear una Secretaría de Estado especializada en seguridad que se llame Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana.
La iniciativa propone que algunas funciones en materia de seguridad que tiene la Secretaría de Gobernación (Segob) pasen a la nueva dependencia. Pero sus atribuciones no sólo incluirán la seguridad pública, sino también la seguridad nacional y la protección de la ciudadanía en casos de desastres naturales. El argumento que justifica esta integración es que “la seguridad pública es la principal amenaza a la seguridad nacional”.
Hay que destacar que en la reforma propuesta no queda claro el papel que jugará la prevención del delito aunque el presidente electo ha señalado que la estrategia de seguridad se centrará en ello. De hecho, hace unos días afirmó que su plan para terminar con la violencia consistirá en 70 por ciento de atención de sus causas, a través de la promoción del desarrollo económico y generación de empleos, y 30 por ciento en el uso de la fuerza para contenerla.
El presidente electo es elocuente cuando habla de la pacificación. Considero que es sincero en su anhelo de lograr tal objetivo. Pero todavía encuentro un abismo entre ese anhelo y los instrumentos de política pública de que dispondrá para hacerlo realidad.
La creación de la súper secretaría de seguridad y las medidas anunciadas como el dividir el territorio en 265 regiones, siguen a mi parecer, enmarcadas en la lógica reactiva, centralista y militar. No hay en los planteamientos iniciales un buen desarrollo de acciones preventivas que, aunque en algún punto se tocan con políticas de desarrollo social, de empleo o bienestar, no son lo mismo. Tampoco un proyecto para fortalecer a las instituciones civiles en materia de seguridad y de justicia. Su debilidad no es parte del diagnóstico que AMLO elabora para explicar la violencia. Por eso el tema está ausente en su propuesta.
La semana pasada participé en una reunión de la OEA para formular plan de acción hemisférico para la elaboración de políticas de reducción de homicidios. Las medidas que abordamos han mostrado resultados positivos en contener y reducir la violencia letal en otras partes del país y del mundo y son las que ya hemos planteado desde México Evalúa: estrategias de seguridad desde lo local, prevención del delito a partir de un buen diagnóstico de los factores de riesgo, reinserción y atención a jóvenes en conflicto con la ley, fortalecimiento de las condiciones y capacidades de las policías y de las instituciones de procuración de justicia. Además de buena información que permita plantear buenas políticas públicas.
El mayor reto que enfrentará el próximo gobierno en materia de seguridad es el evitar hacer los mismo que sus predecesores. Se trata de una trampa a la que es difícil esquivar. Si no llega preparado al próximo primero de diciembre con una estrategia bien amarrada, con una buena ruta crítica de implementación, caerá en la trampa y tendrá una respuesta reactiva, centralista…y fallida.
Los anhelos y las intenciones son el primer paso en la consecución de un objetivo, pero los anhelos, solitos, no construyen realidades.