Ambivalencias
Por Luis Rubio (@lrubiof) | Refoma
El veredicto en el juicio de García Luna afecta directamente al acusado pero, en el camino, el interrogatorio desnudó a todo el sistema político mexicano y exhibió un mundo de ambivalencias sobre la justicia, las drogas, la criminalidad, la corrupción y la relación México-Estados Unidos. No era México, sino todo el establishment político quien estaba en el banquillo de los acusados. Y el resultado no es encomiable para nadie.
Lo extraordinario y aleccionador del juicio, más allá del drama dentro de la sala del tribunal, fueron las narrativas, emociones, opiniones que ahí se manifestaron. Para comenzar, no parece haber un solo mexicano que no piense que García Luna es culpable. Unos creen que es culpable de lo que se le acusa, los demás de muchas otras cosas, pero la mayoría considera que se merece lo que le está pasando. El juicio era sobre su contribución para el funcionamiento del narcotráfico, mientras que la mayoría de los mexicanos observó corrupción. La ambivalencia respecto a la esencia de la justicia –que la culpabilidad tiene que ser demostrada– es una sutileza que escapa a nuestra forma de ser. Décadas de un sistema judicial corrompido que nunca logra eso que promete la Constitución –justicia pronta y expedita– nos han convertido en un país de cínicos cuando de criminalidad o corrupción se trata. La suposición inexorable es que todo es corrupto, contradiciendo la frecuente afirmación de que “no somos iguales.”
El juicio versó esencialmente sobre la importación de drogas de México hacia Estados Unidos y la presunta asistencia que el exsecretario de seguridad pública pudiera haber provisto. Esos cargos son percibidos por la mayoría de los mexicanos como irrelevantes (o quizá superfluos) porque se advierten como distintos a los que realmente son trascendentes, que tienen que ver, en esa línea de pensamiento, con su paso por el gobierno y los negocios que pudiera haber realizado en aquella travesía, igual vía compras de gobierno que con vínculos con el crimen organizado. Desde luego, una cosa no excluye a la otra. Sin embargo, para muchos mexicanos el asunto de las drogas sigue siendo visto como un problema estadounidense que, por derivación, afecta a México, como si no existieran los pequeños problemas de seguridad, las mafias que los producen y la incapacidad del gobierno mexicano para lidiar con ellos.
García Luna se convirtió en un símbolo del acontecer nacional: cualesquiera que hayan sido las fuentes de su fortuna, todas ellas parecen ligadas a su paso por la política mexicana…
El presidente se convirtió en narrador privilegiado del juicio, seguramente porque suponía que éste le daría un golpe directo a su némesis, el expresidente Felipe Calderón (lo que ocurrió), pero la narrativa cesó el día en que los golpes le cayeron a todos, incluido al gobierno actual. Aunque casi todos los testigos en el juicio fueron criminales convictos buscando reducir sus sentencias (potencialmente sesgando sus testimonios), lo que no puede ser inventado es la corrupción que permea a todo el sistema político mexicano, del cual no se salva gobierno alguno. Ingenuos los que pensaron que los únicos salpicados serían los otros.
García Luna se convirtió en un símbolo del acontecer nacional: cualesquiera que hayan sido las fuentes de su fortuna, todas ellas parecen ligadas a su paso por la política mexicana. Y ese es el crisol a través del cual los mexicanos vemos el veredicto: el juicio sirvió de confirmación para todos los prejuicios que caracterizan a los mexicanos respecto a su sistema de gobierno. Independientemente de preferencias políticas o partidistas, todos los políticos –y el sistema en general– salen raspados. Para prueba baste recordar que las drogas (y la corrupción) siguen fluyendo sin límite a pesar de que García Luna hace diez años que dejó el gobierno. O sea, no más que un engrane en una enorme maquinaria.
El juicio evidenció la incapacidad, o indisposición, de la justicia mexicana para lidiar con asuntos de corrupción de manera abierta y transparente. Uno de los elementos centrales del proceso seguido en NY es precisamente el hecho que todos los testimonios fueron públicos, lo que contrasta gravemente con la opacidad de los procesos judiciales nacionales. El mero hecho de exhibir las prácticas corruptas se convirtió en un hito. Frente a eso, es inevitable la presunción de que todo en la justicia mexicana no es más que un tongo, una pelea arreglada.
Por sobre todo, el juicio mostró las ambivalencias que caracterizan a la relación bilateral, tanto las positivas como las negativas. Así como hay espacios naturales de cooperación y beneficio mutuo, hay otras en que privan los resentimientos y los rencores, en ambos lados de la frontera. A pesar de los enormes avances en construir cercanía entre ambas naciones, especialmente en materia económica y comercial, persiste la suspicacia.
Porque, a final de cuentas, el gobierno actual no sólo no ha enfrentado la inseguridad ni mucho menos la corrupción, ambas a niveles nunca antes vistos. Y ahora comenzará a enfrentar la rabia de los extremistas norteamericanos que creen poder resolverlo desde afuera. Los pasivos no dejan de acumularse.
Desde luego, los que parecen no sospechar nada son aquellos que perseveran en la corrupción sin percatarse que en algunos años podrían ocupar el mismo asiento en que en esos días posó el exsecretario en una corte en Nueva York.