El uso político de la economía
Edna Jaime
La propuesta de reforma hacendaria del gobierno federal tiene implicaciones que superan por mucho el incremento de algunos impuestos que ya de sí tendrán repercusiones todavía no calculadas sobre el crecimiento, generación de empleos y otras variables clave de nuestro desempeño económico. La propuesta busca, y este es un tema terriblemente delicado, modificar la regla de balance fiscal con la que ha operado el gobierno en los últimos años y abrir la puerta a crecientes déficits fiscales que, no es claro, podamos revertir en los siguientes años. El riesgo estriba no sólo en los términos en los que se propone hacer el cambio en la regla de balance fiscal que parecen endebles y poco transparentes, sino en que retornemos a las prácticas de usar la economía con fines políticos. Esta es la propensión de cualquiera que busque conquistar y mantener el poder, por eso el reto es generar los mecanismos institucionales que limiten esa ambición, para que la política dañe lo menos posible a la economía.
En concreto este gobierno propone cambiar la regla de déficit cero contemplada en la Ley Federal de Presupuesto y Responsabilidad Hacendaria. Esta regla es producto de un consenso amplio al que arribamos como sociedad, luego de años de sufrir crisis económicas recurrentes, que fueron terriblemente costosas para los mexicanos. En sus años de vigencia, la regla ha impuesto un límite a lo que el gobierno puede gastar y endeudarse y ha apuntalado un manejo más responsable de las finanzas públicas. En el contexto mundial actual, México tiene una posición de fortaleza porque en los últimos lustros ha actuado con prudencia, quizá por propia convicción de quienes han manejado la política monetaria y fiscal, pero también porque se acotaron los márgenes para la irresponsabilidad. El Banco de México celebró hace unos días su vigésimo aniversario como entidad autónoma. Otro mecanismo que explica el uso menos politizado de la política económica en los últimos años.
Pero por nuestro pasado, deberíamos ser hipersensibles al tema del endeudamiento y al cambio en la regla de balance fiscal que los diputados acaban de aprobar. Este cambio consiste en abandonar la regla del déficit cero anual para transitar a una de balance estructural multianual. Una explicación didáctica y muy bien fundada la ofrece Alejandro Villagómez, economista e investigador del CIDE, en un video que se difunde por YouTube. La regla de balance estructural consiste en términos muy simplificados en lograr un balance en las finanzas públicas en un periodo predeterminado. En ese lapso, se puede incurrir en déficits cuando la economía se desacelera, mismos que se compensan cuando la economía crece y genera ahorros. Como lo explica el doctor Villagómez en su video, es la lógica simple de las vacas gordas y flacas, sabiduría construida para mitigar la desfortuna.
Sin duda, el planteamiento de la regla del balance estructural tiene todo el sentido del mundo, pero su operación requiere de reglas estrictas, transparencia, estimaciones correctas y comités de expertos imparciales involucrados en estos procesos y definiciones. En su defecto, es una licencia a un mayor endeudamiento y a trasladar el costo del mismo a siguientes administraciones y también generaciones. Tal como sucedió en nuestro pasado no tan remoto como para haberlo olvidado.
En México se nos ofrece este cambio de regla en ausencia de todas las precondiciones para hacerla exitosa. Una primordial sería reconocer el verdadero tamaño de nuestro déficit fiscal. En esas condiciones adoptarla implica un riesgo desmedido que no deberíamos estar dispuestos a asumir. Nuestros legisladores lo aprobaron, sin reparar en que relajan uno de los controles al uso politizado de la política económica. Los legisladores del PRD son tan miopes que no reparan que regalan al PRI un instrumento para que éste se encumbre en el poder.
La propuesta de cambio en la regla de balance fiscal no es mala idea. Países como Chile la utilizan con éxito. En un estudio reciente de México Evalúa se explican bien las condiciones en las que se estableció en aquel país y los riesgos de adoptarla en un contexto de tanta incertidumbre como es el mexicano e internacional en el momento actual. El paso veloz con que aprobamos reformas en los últimos tiempos no dan margen para meditarlas, para medir sus virtudes, pero también sus riesgos. Por eso considero que el voto de los diputados que la aprobaron hace unos días fue tan irreflexivo como irresponsable.
El Senado tiene ahora la posibilidad de reconsiderar este mecanismo. Lo deseable es postergar su discusión al siguiente periodo de sesiones para dar tiempo al análisis y para permitir que el entorno se asiente. Veremos en los próximos días si los legisladores entienden cuánto hay de por medio en esta iniciativa.