Los Porkys, esos hijos de la impunidad
La violencia de grupos criminales asociados al narcotráfico me asusta. Es una violencia descarnada, brutal, pero también instrumental. Es un mecanismo que sirve para que el negocio funcione. En ausencia de reglas exigibles en los intercambios y en los contratos, la amenaza del uso de la violencia actúa como sustituto.
La violencia de cuatro jóvenes atacando sexualmente a una compañera de escuela, me conmociona. Ésta es la otra cara de la violencia en el país, la que se denuncia aún menos y la que se atiende poco y mal. Esta violencia refleja una patología que no tiene un diagnóstico claro, pero que es cotidiana en algunos espacios, intolerable para quien la sufre. Es una enfermedad de nuestros tiempos, de nuestro México que en algunas regiones está roto. No solamente por la desigualdad económica (que es factor de peso de acuerdo con la literatura sobre el tema), sino también por una descomposición continua y progresiva de nuestra vida en familia, de nuestras relaciones interpersonales y de nuestra relación con la autoridad.En México Evalúa caímos en la cuenta de los distintos rostros de la violencia al analizar los perfiles delictivos de las distintas zonas metropolitanas y capitales del país. Corroboramos la intuición que nos animó de origen: que nuestra realidad de violencia y crimen es multifacética. Para comenzar, encontramos que no todo México se debate en la lucha intestina entre grupos del crimen organizado. Son un puñado de ciudades las que padecen esta violencia, suficientes para poner en vilo a esas regiones y al país en su conjunto también, como lo demostró el caso de Ayotzinapa y la desaparición de los 43 estudiantes.
Encontramos, también, que son más numerosas las ciudades que presentan otro tipo de violencia, una más interpersonal, la que se presenta en ámbitos más íntimos, como puede ser la propia casa o escuela. Esta violencia es más silenciosa, menos estridente porque se esconde mejor. Esa la sufren los niños en la escuela o el hogar, las mujeres en su propio dormitorio, los vecinos que al no encontrar medios para solucionar conflictos en fase temprana, escalan a disputas, incluso, letales. Esta mirada a la violencia urbana nos permitió reconocer aquella que no está en los diarios, pero que cobra víctimas todos los días.
La información de registros criminales con la que realizamos este trabajo es imperfecta como para lograr diagnósticos o entendimientos profundos de estos fenómenos. Sí nos permite poner sobre la mesa la necesidad de atender esta otra violencia que no está ligada al crimen organizado.
El documento que elaboramos conserva el estatus de un documento de trabajo. Estamos buscando complementar los registros criminales con información victimológica y la generada por otras fuentes. Buscamos más información, para llegar a planteamientos más concluyentes. Estoy segura de que en la medida en que avancemos en la elaboración de diagnósticos más puntuales, más granulares, los instrumentos de política pública serán más refinados.
El lector se preguntará hasta dónde puede llegar el Estado en la prevención de conductas violentas cuando éstas suceden en ámbitos íntimos. La experiencia internacional muestra que hay distintas rutas. El ámbito escolar es fundamental para detectar conductas violentas, poblaciones en riesgo, y para atenderlas oportunamente. Lo mismo que los sistemas de salud. En un reciente foro internacional sobre el tema, se expusieron modelos de atención que han probado efectividad. Al día de hoy, estamos mal preparados para detectar individuos en riesgo y para intervenir con oportunidad. Si salieran a la luz pública las agresiones que suceden cotidianamente entre jóvenes en escuelas, a mujeres en su hogar y sus desenlaces desafortunados, nos percataríamos de lo mal preparados que estamos para afrontar este reto.
Pero hay un tema que engloba la violencia que padecemos y es el de la incapacidad del Estado para hacer justicia, para detentar el monopolio de uso de la fuerza con legitimidad. Los procesos civilizatorios, los que domestican la violencia, están íntimamente relacionados con esos atributos y capacidades del Estado. El doctor Manuel Eisner, criminólogo comparado y participante en el Foro al que hago referencia, estudio la violencia en distintos países por un larguísimo periodo. La relación que encuentra entre violencia y legitimidad es contundente. En un ambiente en donde el Estado no es legítimo, no hace justicia y es un infractor más de la ley, se generan conductas cínicas frente a la autoridad y la ley. Se crea un espacio en el que todo está permitido. En ese mundo viven los jóvenes que presuntamente abusaron de su compañera. Han abrevado de la impunidad y de la prepotencia de su entorno. Son hijos de ese Estado incapaz de ofrecer justicia, pero también de sujetarse a los límites de la ley.