La crisis educativa lo exige: ¡paren el carrusel de la ilusión!
Por Edna Jaime (@ednajaime) | El Financiero
Durante unos meses tuvimos la ilusión de que la pandemia de covid nos iba a hacer mejores. A los gobiernos los haría más sensibles a las necesidades de la gente; a las empresas, más responsables; a las comunidades, más resilientes y a los individuos más solidarios. Y la verdad es que nada de eso ha pasado, o si lo ha hecho es en casos particulares, que no acaban de provocar una tendencia. Uno de los temas más duros es que, en el transcurrir de la pandemia, se presentaron los peores efectos imaginables en ciertos grupos de población. Como se temía, la pandemia está afectando desproporcionadamente a quienes siempre pierden: a las personas de bajos ingresos; a los que tienen un empleo precario, para quienes el acceso a salud (y a una vacuna) es restringido; a las mujeres, a los niños. El mundo feliz que nos imaginamos para la era pospandemia era sólo una entrañable ilusión.
El ámbito educativo ha sido particularmente golpeado por la pandemia. Las escuelas cerraron sus puertas, lo que habilita factores que profundizan las desigualdades, difíciles de contrarrestar. Fuera del plantel escolar y en casa, las niñas y los jóvenes tuvieron que vivir de lleno toda la dureza de sus circunstancias. En América Latina y en México sufrieron el acceso desigual al mundo digital: los ricos lo tienen, casi todos; los pobres, muy limitadamente, apenas uno de cada cinco lo tiene.
Los niveles educativos de los padres siempre son factor que explica el rendimiento escolar, y en condiciones de confinamiento se convierte en un elemento todavía más potente. Las niñas y jóvenes de hogares pobres no pudieron recibir el apoyo necesario de sus padres, por sus propias limitaciones educativas, pero también porque los adultos no se ‘guardaron’: tuvieron que salir a ganarse la vida. Esta desventaja está siendo menos marcada en hogares con padres de mayor escolaridad, que pudieron hacer un confinamiento pleno y estar más atentos a las necesidades de los niños. El impacto en términos de brechas será enorme.
Todavía falta hacer un balance objetivo sobre los efectos de la pandemia en temas como el aprendizaje y sus efectos diferenciados entre distintos grupos sociales.
Por eso tiene que haber un esfuerzo deliberado para atender con énfasis a las poblaciones que sufrieron desmesuradamente el cierre de escuelas. Ésta es la esencia que, a mi parecer, debe conducir la agenda y las acciones durante la pandemia y posteriormente. Ahora sí que “primero los pobres”, pero en una versión real, palpable, con políticas públicas sustantivas dirigidas al objetivo, y no sólo en el mundo figurativo, de ilusiones, del presidente.
Todavía falta hacer un balance objetivo sobre los efectos de la pandemia en temas como el aprendizaje y sus efectos diferenciados entre distintos grupos sociales. En México y en muchos otros países se debe hacer un recuento de los daños, e idear cómo remediarlos.
Estudios del Banco Mundial y del BID estiman ya los efectos sobre el aprovechamiento escolar derivados del confinamiento. En indicadores como el de pobreza de aprendizaje –la proporción de alumnos que al terminar la primaria no son capaces de leer y entender un texto simple– se estima un mayor retroceso. Antes de la pandemia el promedio era de 55% para los países de América Latina, 43% para México. Se estima que a causa del cierre de las escuelas éste podría llegar hasta 62.5%.
Otro indicador relevante que mide rendimientos básicos (BMP por sus siglas en inglés) a partir de la prueba PISA indica que en 2018 cerca de 55% de los estudiantes de 15 años estaban por debajo del nivel mínimo de rendimiento para su edad, en lectura, matemáticas y ciencias. Después del cierre de escuelas durante 13 meses, el porcentaje podría llegar a 77%, y 70% para México.
En estos estudios también se enfatiza que las pérdidas de aprendizaje son mayores para estudiantes pobres que para estudiantes ricos. Se estima que la pandemia, con el consecuente cierre de escuelas, ampliará 12% la ya elevada brecha socioeconómica de aprendizaje: en el primer ciclo de secundaria, los estudiantes en el quintil superior de ingreso tendrán en promedio casi tres años más de escolaridad que los del quintil inferior.
Con evidencia en mano, distintos gobiernos, incluso de esta región, han tomando decisiones para parar el retroceso y la ampliación de brechas. En distintos países ya se realizaron pruebas diagnósticas y las actividades escolares se ajustan para poder remontar el deterioro. Con una pandemia activa es difícil encontrar una ruta definitiva de retorno a una “nueva normalidad”, pero es un hecho que se debe plantear alguna intervención extraordinaria para hacer frente a una situación fuera de lo común.
Nuestro gobierno está completamente distante de este tema. El presidente sigue dando vuelo a su carrusel de ilusiones sin comprender la enorme marca que dejará la pandemia y su inacción en millones de niños y jóvenes. No hay nada en las acciones del gobierno federal que indiquen que este tema sea una prioridad. No hay un peso más para el sector, y sí muchos menos. No es la pandemia sola, son las decisiones del presidente las que abrirán las brechas de desigualdad en el país. Por eso le pido que se baje de su carrusel de la ilusión y se ponga a trabajar.