Lo que Zaldívar elige ignorar
Edna Jaime (@EdnaJaime)| El Financiero
No se ve ni suena bien, dicen algunos analistas, que Arturo Zaldívar, el ministro presidente de la Suprema Corte de Justicia del país, se le vea tan en sintonía con el Ejecutivo federal. Citan algunas de sus declaraciones para sugerir que es zalamero con éste y que ha perdido la sana distancia que debe existir entre el poder que él representa y sus contrapartes en la estructura formal de división de poderes.
A mí, por el contrario, me gusta la postura de Zaldívar cuando reconoce que “la ciudadanía expresa un mensaje claro de desconfianza”. También cuando dice que la independencia y la autonomía no pueden ser una excusa para no rendir cuentas a la sociedad. Quizá haya en el gremio quien levante las ceja ante tales posturas, pero no por eso dejan de ser certeras. La justicia le ha quedado a deber mucho a los mexicanos y desde hace tiempo existe una brecha de desconfianza que no se repara. Hasta aquí lo que veo es un liderazgo que busca una transformación y que encuentra una sintonía con el “ánimo” de la Administración. Lo que no es pecado. Y como lo dice el propio ministro: la colaboración entre poderes para lograr el cambio debe ser bien vista, ¿por qué no?
Más que por lo que sostiene –que, repito, me parece loable y aplaudible–, me preocupan los silencios del ministro. El desmarcarse de ciertos asuntos, cuando lo que se requiere es su posicionamiento firme y definido.
Me explico. El presidente López Obrador ha venido denostando al poder judicial. Insulta a los juzgadores con frecuencia, los tacha de corruptos y los hace responsables de fallas que son de otros –o acaso compartidas–, en casos muy relevantes en la justicia penal. La liberación de los implicados en el Caso Ayotzinapa fue uno de los muchos pretextos para arremeter contra los juzgadores. Nadie reparó en las violaciones graves a lo largo de la investigación, que dejaron a los jueces sin alternativa. Pero dice el dicho que a golpe dado ni Dios lo quita, y cada que el presidente arremete contra los juzgadores y los poderes judiciales, los debilita. No los transforma.
El ministro Zaldívar, ciertamente, no se puede poner del lado de los malos juzgadores, ni del abuso, ni de la corrupción, que sin duda existe, pero tampoco debería permitir tanta hostilidad hacia el poder judicial. Si de por sí tiene un saldo negativo en credibilidad y legitimidad, estos golpes verbales lo ponen en una zona de riesgo. El reto es cómo transformarlos.
También el ministro ha sido muy prudente frente a la cascada de iniciativas de ley –alrededor de 50 en la actual legislatura– con la que se pretende manosear a los poderes judiciales. Digo manosearlo, porque una gran parte de estas iniciativas son propuestas sin fundamento o de plano ocurrencias, pero que están en un proceso legislativo que en cualquier momento puede activarse. Muchas de estas iniciativas no fueron consultadas con funcionarios judiciales, los cuales se han convertido en meros testigos de procesos en los que deberían estar involucrados.
Instituciones diversas vinculadas en el Colectivo #LoJustoEsqueSepas, del que México Evalúa es parte, organizamos hace algunas semanas, junto con legisladores, un foro para debatir las reformas propuestas al poder judicial. Participaron representantes del poder Ejecutivo, legisladores, funcionarios judiciales, académicos, expertos. La finalidad era poner sobre la mesa la necesidad de reformar a los poderes judiciales, arraigar su independencia, fortalecer la carrera judicial, erradicar la corrupción. Pero también exponer las incoherencias de algunas iniciativas. Extrañamos al ministro Zaldívar en el foro y también como cabeza del proceso de transformación que los poderes judiciales necesitan.
Pero el silencio más preocupante es el que mantiene en referencia a la renuncia de Medina Mora. La nota publicada por Mario Maldonado el día de ayer en El Universal es tremenda por lo que revela. La trama que se urdió para hacerlo renunciar. No repararon en las formas. Arropados en la legitimidad de su triunfo y en una aprobación a prueba de balas, el presidente y sus funcionarios se sienten con licencia para hacer justicia (o debería decir venganza) a su manera. Seguir la ruta que marca la ley parece que no resulta atractivo, porque no manda la misma señal. Un señal de poder.
El ministro debe pronunciarse. No para encubrir a nadie, sino para proteger la independencia del máximo tribunal. No pueden sentirse intimidados, porque entonces su función deja de ser relevante. El ministro Zaldívar, según notas de trascendidos, no se deja influir. Pintó su raya con quien lo propuso en el puesto y estoy segura de que entiende el papel que le toca desempeñar. Yo le deseo el mayor de los éxitos. Porque son los derechos y, en buena medida, la democracia mexicana lo que está en juego.
Al calce
El ministro Zaldívar ofreció una conferencia de prensa en la que asume un compromiso con reformas para erradicar el nepotismo y corrupción en el poder judicial. Lo aplaudo. Pero lastima que no se haya querido pronunciar respecto al caso Medina Mora. Era necesario. Porque… así no.