De la desigualdad a la criminalidad
David Ramírez-de-Garay / El Sol de México
Al escuchar las propuestas de seguridad durante el actual periodo electoral pareciera que todo gira alrededor de más policías, más coordinación, una renacida Secretaría de Seguridad Pública y algo de prevención. Sin embargo, aunque un poco escondida entre tanto lugar común, sí podemos encontrar algunas referencias sobre las causas estructurales de la criminalidad. Si bien es importante que se plantee de esta forma y no solo como un tema de balas y policías, cuando se dice que la pobreza y la desigualdad son las causas de la criminalidad que aqueja al país, se está diciendo mucho, pero al mismo tiempo se corre el riesgo de no decir, o peor aún no poder hacer, nada.
Tomemos el caso de la desigualdad económica. Aunque hay suficiente evidencia acumulada en el mundo y en el país sobre la relación entre desigualdad y criminalidad, el vínculo no es directo, sino una relación intervenida por factores que además pueden variar con el contexto. Por ejemplo, supongamos sin conceder que la mayoría de las personas que han cometido un crimen han sido afectadas por alguna de las manifestaciones de la desigualdad (falta de trabajo, acceso limitado a la salud o ausencia de opciones educativas). Ahora bien, dado que la desigualdad es un fenómeno que se extiende a gran parte de la población, ¿por qué la mayoría de la gente no comete un crimen? O visto de otra manera, a pesar de que la vida de miles de personas está marcada por la desigualdad ¿qué hace que solo unas cuantas se involucren en conductas criminales?
La respuesta está en la generación de contextos que favorecen dichos comportamientos. Se trata de configuraciones que no surgen de la nada. Por el contrario, son el resultado de una combinación de factores y el gran reto está entonces en poder identificarlos y saber cómo funcionan.
En la década de los 80 una pareja de criminólogos estadounidenses (Judith R. Blau y Peter M. Blau) comprobó que los efectos de la desigualdad en la criminalidad no se distribuían de manera aleatoria. En cambio, observaron que estos se concentraban en grupos con ciertas características sociodemográficas. En el caso que ellos estudiaron, encontraron que las consecuencias de la desigualdad se concentraban en grupos de origen afroamericano, en gran medida, gracias a los patrones históricos de segregación y discriminación. En México, el cruce entre desigualdad y grupos socioeconómicos existe, y además puede estar influenciado por elementos organizacionales como los sistemas educativo, de salud y de justicia. Estos, en lugar de ayudar a reducir las consecuencias de la disparidad económica, terminan incrementando sus efectos y aumentan la distancia social, económica y política entre grupos poblacionales.
Como se puede ver, decir que se va a combatir la criminalidad reduciendo la desigualdad no es erróneo, pero tiene implicaciones tan amplias que podríamos terminar destinando recursos públicos donde no hacen falta o donde no tendrían los efectos esperados. Independientemente de quien sea el ganador, desde México Evalúa invitamos a la futura administración federal a realizar un ejercicio de diagnóstico más detallado para proponer estrategias de política pública que se ocupen de desarticular estos mecanismos. Si queremos reducir la criminalidad por medio de las causas estructurales, tenemos que voltear hacia los procesos que hacen que el impacto de la desigualdad sea mayor en algunos grupos poblacionales y atender las condiciones que generan una mayor propensión hacia las conductas criminales.